12/02/2005
El doble filo de un arma común
Hay algunos que lo buscan incesantemente, hay quienes lo utilizan como razón de vida. A unos no les importa y también están los que no pueden darse el lujo de priorizarlo.
Pero ante todo, hay una teoría digna de analizar; el conocimiento como un peligroso arma, potencial para destruir imperios, o un lamentable peso, que incluso lleva a algunos al suicido o una desestabilización que los lleva al desastre.
Para muchos, el cultivo de la razón es cultivo para el cuerpo y el alma y una herramienta que llena de sabiduría.
Pero ahí se produce una confusión; sabiduría no es igual a conocimiento.
El conocimiento se trata de información y el valor que ésta tiene, mientras la sabiduría es el que con más claridad visualiza el mundo y debido a eso toma decisiones a veces correctas, a veces menos malas que el resto.
Sabiduría es conciencia y sólo desde un punto de vista es conocimiento, desde el de la experiencia y lo que ésta entrega.
El conocimiento es poder porque con la información correcta puedes manipular a personas y hechos, lo que en potencial te puede llevar a dominar más y más esferas en los ámbitos en los que lo utilizas.
Pero ahí aparece una nueva careta. Puedes ser víctima del conocimiento del otro, te pueden destruir y manipular, incluso humillar.
De igual manera puedes obtener un indeseado conocimiento que te puede dañar.
El conocimiento puede quebrar relaciones y puede crearlas, siendo más llevado a ser un arma negativa que positiva en este aspecto.
Pero es aquí donde radica su contracara y el filo peligroso.
La educación es un reflejo incuestionable de las desigualdades, no sólo en nuestras vidas, en nuestro país o ciudad, si no en todo ámbito social.
Y los de menos recursos suelen ser más felices, viven la vida con alegría y gratitud, mientras los que obtienen educación y aumentan sus conocimientos son menos agradecidos, más ambiciosos de riquezas y poder.
Entonces el tema es la dupla felicidad-ignorancia v/s la terna tristeza-conocimiento-poder.
¿Qué eliges tú?
11/30/2005
La idealización de un amor inexistente
Es un tema recurrente y sobre explotado, no me cabe duda de eso, sin embargo, tiene una arista que constantemente busca definirse.
Esa arista es la propia percepción del tema y el cómo lo enfrentamos, por lo tanto, es una arista dispuesta en todo momento a cuestionarse.
Unos creen en la fidelidad ante todo, otros se abanderan en la libertad. Yo, más que esas dudas, me ronda el porqué, el cómo de manera innata buscamos un perfil y cómo sucede todo ese fenómeno.
Personalmente, siempre he estado en busca de un amor desconocido. Un amor que te proponga desafíos, que produzca cambios.
La vez que me interesé (fusionando ese interés con el amor en cuestión) realmente por una mujer, yo sabía que ella no representaba en lo más mínimo esa idealización.
Como seres humanos estamos condicionados a tener estas absurdas idealizaciones, pero no tenemos argumentos para contrarrestarlas.
La biología define el amor como un fenómeno molecular, absolutamente entendible desde el punto científico, lo que por lógica nos llevaría a concluir que nosotros, por nuestra naturaleza, estamos obligados a estas idealizaciones.
Y si es así, hay dos extremos; el que idealiza tanto que nunca encuentra, el disconformista, o su antagonista, el conformista, que puede estar en todo momento con alguien, pero nunca satisfecho.
Es obvio, para mí, que lo mejor es el punto medio entre los extremos, como plantea Aristóteles, pero ahí caigo en el peor problema.
Yo no soy un exigente, pero en general son pocas las mujeres que me llaman la atención y pocas que me interesen.
Sí me pasa seguido que veo miradas que creo especiales, pero culpo inconscientemente a las circunstancias por mi errónea forma de actuar.
Y no tiene nada que ver con sexo. Tiene que ver con esas miradas y lo que representan.
Peco de incapaz, debí acercarme a muchas. Otras, que no me llaman mucho la atención, son plato fácil de digerir.
El génesis del gran dilema se inicia porque esas pocas que encuentro especiales, creo saber que ellas responderían a mi idealización, pero a la gran mayoría no llego a conocerlas.
Continúa el dilema porque me es complicado comunicarme con ellas y con eso me estaría dificultando mi propio camino a la obtención del ideal.
Y es ahí el núcleo del problema, porque mi dificultad para acercarme a ellas esta relacionada con una profunda sugestión a pensar que me defraudaré del ideal deseado. Y eso sería un quiebre en mí. Una lástima que me condiciona a mantener la rutina de un círculo que parece no regalar salida.
11/27/2005
Hola…¿Cómo estay?
Hace algunos años también escribí sobre esto, pero en aquella época los blogs apenas existían y no tuve oportunidad de exponer estos planteamientos que se quedaron oscuros en mi cabeza.
A lo que voy es que, a quien no le pasa que está un poco cansado de la pregunta que más solemos hacer: ¿Cómo estay?
Su uso está vulgarizado hasta un punto que es crítico.
En todos los sistemas de comunicación instantánea le hemos dado un sitio preferencial inmerecido, como si fuera un deber. Todos hacen la pregunta y a muchos ni les interesa la respuesta. Y la contracara es igual. A los que responden también les da lo mismo. A nadie le importa realmente, pero es como una voluntaria obligación, quizá como automático sistema de entrada en diálogo, quizá simplemente por el decir algo y no saber qué.
Pero esto trasciende planos. A nivel de relaciones personales también suele pasar lo mismo.
Es común que en encuentros de pasillo o casuales, incluso indeseados, se haga la misma preguntita y es también común que la comunicación ya se haya acabado antes de terminar la respuesta.
Dije que me parecía preocupante porque esa pregunta en sí solo debería realizarse cuando realmente uno se interesa por saber eso del otro.
Cuando pregunto eso, trato de hacérsela a gente que me interesa su respuesta. Gente que no he visto hace mucho o de la que no he sabido nada, pero cuando la hago tengo que repetirla dos veces para asegurarme que la respuesta que yo pido sea sincera y no superficial, como es lo normal.
A la gente que veo o que hablo con ellos todos los días nunca les pregunto eso, excepto que sienta que algo no está bien. Por lo general, trato de ocupar otras alternativas para suplir el mismo vacío y darle el sentido verdadero que tiene esa pregunta y no vulgarizarlo, pero no hay caso.
Un día traté de contar las veces que sufrí esa pregunta y el resultado fue alarmante; perdí la cuenta después de pasar las veinte veces, aunque de todos modos no se agotaron allí.
¿Habrá manera de erradicar esta tendencia?
Espero que este sea el primer paso.
11/26/2005
Sí, somos naturalmente idiotas los chilenos.
Los chilenos como pueblo, con toda nuestra idiosincrasia, tenemos una característica que me suele llamar la atención. Es un error que causa risa a muchos, pero cuando uno lo comprueba empíricamente se vuelve una verdadera tragedia.
Nosotros, por naturaleza innata, somos medios estúpidos. Eso no está tan mal si se mira por el positivista lado de que al vivir “rodeado de” uno no se da cuenta de sus propios defectos, pero en realidad son detalles graves para la comunicación.
El fin de semana recién pasado, en una agradable junta de amigos con parrilla incluida, me di cuenta. Ví la luz, como dicen los clichés.
Me percaté que nosotros solemos verificar las respuestas que nos dan aunque el que da esa misma respuesta se muestre seguro de ella.
Por ejemplo; mi amigo A le dijo a mi amigo B.
-“Oye, ayer hablé con la Juanita”.
El tipo B, siguiendo esta ya nombrada tendencia que tenemos le respondió:
-“¿Hablaste con la Juanita?”.
Yo en mi cabeza pensaba con claridad en la repetición del mensaje realizado por el segundo amigo y parecía disco rallado dentro de mi mente.
Luego siguió el trasnoche y de nuevo me percaté de algo similar. Otro amigo, ahora llamémoslo como el C estaba conociendo a una preciosa muchacha y le pregunta:
-¿Qué música te gusta?.
La mujer, un poco colorada y nerviosa, responde que de todo un poco. Y de nuevo el amigo C le pregunta:
-¿De todo un poco?.
Esa pregunta, que sigue siendo repetición, se puede entender en algo ya que la propia dama respondió de una manera bastante ambigua. Pero después, C le pregunta:
-“Pero que, ¿rock?, ¿electrónica?, ¿regueton?.
Y la chiquilla dijo:
-“mmm, en general, electrónica”.
Entonces C le preguntó:
-¿Electrónica?.
Ahí entré en dudas, si es que me estaba dando cuenta de algo oculto y normal dentro de nuestra cultura o estaba en alguna especie de alucinación nocturna.
Pero peor, en la semana yo mismo le pregunté a un compañero cuanto porcentaje para el ramo valía un control x.
Me respondió con simpleza, quince. Y yo el pelotudo, después de tanto reflexionar de nuestra estupidez le pregunto:
-“¿Quince?”.
¡Pero si me esta diciendo que quince! y yo el idiota preguntaba su respuesta.
Y la situación se vuelve tragedia cuando fijándome bien entendí que no era yo el tonto, ni mis amigos. En la U, en la tele, con mis familiares, con otro grupo de amigos, incluso conversando con un taxista esperando micro. Todos, en conversaciones relativamente extensas, cometían el mismo error.
Y como por arte de magia entendí donde estamos, porque nos rodeamos de tanta tontera y acepté tantas críticas que le suelo realizar a nuestro sistema.
Conclusión: no hay caso. Sí, somos naturalmente idiotas los chilenos.