10/04/2007

Entre flores y espinas

La conoció por casualidad, o, más que azar fue como esas pequeñas jugarretas que nos depara el destino sin avisarnos.

Él ya estaba aburrido de todo y todos. Cansado de relaciones superficiales y ofuscado por la idea de que las personas no sólo pueden, sino que deben intentar ser siempre mejores.

Con esta frustración como estandarte de vida fue luchando por principios y pensamientos propios que arraigó y amarró hasta la médula de su ser, enfrentando a cualquiera que tuviera disposición a rebatirlos.

Era una cierta paradoja; él sensible, emotivo mas en un estar en el papel de muralla inatravesable, sufriendo una soledad que no le correspondía. Su obstinación mandaba y prefirió elegir.

Se dio la casualidad que más parece un juego de un designio que caprichoso nos habla al oído y explica que ya está, que las cartas ya están tiradas. El juego de la vida comenzó.

Con vista de águila atenta como centinela; la mira de lejos, de cerca, sus orejas, nariz y boca, su mirada y su trato y escucha sus palabras y tonos. 

Recopila información. Le gusta. Lo intenta. Sabe que no es mucho lo que debe hacer, sabe que si se le nota demasiado la perderá, evitar pasos en falsos se dice sólo para él. 

Sabe que esto se trata de precisión. Hay que saber el cómo y el cuando. El resto, meros detalles. La mirada correcta en el momento justo. El roce voluntarioso cuando el cuerpo es susceptible.

Cree que algo da resultado. Encuentra pistas de un interés, uno de extrañas formas para él, pero es más que suficiente. Luego siente la presión del tiempo. Se le acaba. Cae encima de él como una plancha que baja apresurada para aplastarlo. Está claro que sus sensaciones son superadas por sus emociones y que éstas son sobrepasadas por los sentimientos. Ya siente, se le olvidan las palabras y su sangre lo recorre como caudal de montaña, eso le preocupa.

Se autoproclama un basta;. La frase se repite navegando entre tanta materia que surcan su mente. Voy mal, insiste.

Cambia la estrategia y decidido sale a buscarla. No tiene nada que perder. Ya estaba en un estado de pérdida.

Logra estar con ella. La admira, maravillado. En esos momentos el control es esquivo y manejar la situación, una tarea para verdaderos expertos. 

Así es la cosa. Él lo sabe, lo asume. Detrás había un completo plan de investigación dispuesto a ponerse en práctica, pero la improvisación es la que manda, ni la va ni le viene, pero también lo sabe.

Y lento, pero seguro, rompen barreras que se mostraban intratables, ceden a las inseguridades y recelos.

Con una suave intensidad, profunda, pero controlada comienzan una relación que pronto los encadena. Hasta caen pétalos de sus mensajes.

Él no cuestiona lo que le ocurre, pero le cuesta vivir. El estado de dicha lo llena de positivismo y de esperanzas. Ahora sin saberlo está tan dispuesto que los valores mismos que el encuentra imprescindibles le causan los primeros problemas. No lo entiende, pero acota. Es fácil elegir la preferencia en aquella balanza.

La ve cuanto puede. Desearía que fuera más y hace sus intentos, pero no todo es perfecto. Obligado pasa los días en base a recuerdos. Los recuerdos son buenos, pero estar en el presente es infinitamente mejor.

Durante varias noches sueña con ella, con las curvas bailarinas de su cabello travieso, su sonrisa fina de líneas refinadas o su mirada taimada, pero sublime, de niña que se opone. Pero no son sueños, todos terminan con la respiración de él agitada en la realidad y con la idea de que algo no está bien. 

Siente la amargura de perderla y visualiza tragedias. Se siente vulnerable y débil, eso lo supera. Cree injusto que la hermosura del amor acarree, por inercia, tantos miedos.

Le gusta decirle al mundo que para llegar a la felicidad el sufrimiento es sólo un paso.

Pero ahora es distinto, una noche sin saber de ella es suficiente para crear le negación de sus párpados a unirse, no duerme. Eso agota. Piensa que no lo merece y así le afecta más. Se le hace incomprensible que al final se prefieran mentiras. Para él, aunque esté errado, omisión es mentira.

Ya dije, él se aferró a sus ideales y se los refriega como un baño necesario para la lucha.

Cuestiona su capacidad. Extremista como es ve su vida como una apuesta. No su plenitud. Su vida tal cual la tiene aprehendida.

Está mareado en la confusión. Dice que escribir lo ayuda a canalizar, pero la pluma lo traiciona como alma en pena.

Ya no sabe. Está seguro de su amor, lo que sucede es que no sabe como vivir la experiencia sin verse dañado permanentemente por diferencias tontas o problemas intrascendentes.

Y así está, engatusado como nunca, pero ciego entre flores y espinas.

Tradición en 2007

Uno más, pensé que era uno más.

Todos los años, una gran tradición y dos familias con sus integrantes como personajes principales.

La verdad es que las circunstancias nunca son las mismas, son sólo los rostros y el nivel de consumo lo que se mantiene.

Y como personas también hay cambios.

Mi momento, era peculiar.

Un año trastocado. Un año de extremos, de límites intensos y de decisiones.

Sí, es un año diferente para mí.

Partió con un verano experimental. En un viaje, en Brasil con mis dos hermanos. Allí probé, toqué y sentí y me gustó. Pero ya fue, lo que allá hice en mi mente está y sólo ahí existe. Es solo un recuerdo. Imágenes que se intercambian en la memoria, pero fuera de servicio, ya no opinan, ya tuvieron su minuto de gloria y majestad y lo aprovecharon a su antojo.

Después el comienzo real del año; el inicio de clases, responsabilidades y respetos. El génesis constante de la rutina y la trivial cotidianeidad.

Ahí sufro. Me cuesta. Discuto y me sobrepaso.

La disciplina se la encargo a quien quiera transportarla.

Y acciones, errores para unos, llevan el desmoronamiento como un estandarte y ahí estoy yo para hacerle gala.

Y obvio, hay costos. Cuatro meses desafiando al silencio en un juego de tablero que me enfrentaba con mi padre. Era un desafío de orgullo y arrogancia, infantilismo e involución. 

Necesario, que quede claro, pero tan estúpido como imprescindible.

Pasan los minutos arrasados por las semanas y éstas por los meses. La tensión presente como una mosca merodeando sobre tu nariz. Molesta, nadie la quiere.

Veo caras desconocidas de mis padres. De ambos. Son las consecuencias de este vandalismo familiar.

Y me preparo. Veía la luz de tranquilidad, al alcance, cerca. Pero no aún.

La ansiedad lidiaba contra las expectativas. Más que de tablero este juego era punzante, vertiginoso. La contienda termina en una nada ridícula.

El tiempo pasa y todo llega.

Fue especial. Conversar con la conciencia, la búsqueda del ser y el clásico dilema que a todos toca, pero que pocos, muy pocos enfrentan.

Esos días son paz y armonía. Una delicia para un perturbado como yo.

Ya dije, la temporalidad avanza sin avisarnos.

Llegó la fecha del despilfarro, brutal jarana. La tradición.

Venía distinto y sucedió distinto.

El principio fue igual. En la tarde siguiente la vi. Uno lo siente, preguntas sin sentido revuelan en la cabeza e ilusiones malditas exigen.

Pero no. La vi lejos. Distante. Con una sonrisa hermosa, no dispuesta, sino en pos de acompañarte, pero aún no contigo. Pronto algo cambió.

Sus palabras eran más dedicadas y el trato más cercano.

Menos mal. Su amiga, un chiste. Tan divertida y risueña como un colibrí primaveral. Riendo y causando risas. Muy bien. Facilidad.

Así, tiempo que estaban, estaba con ellas. Con ella, que por lo común se encontraba a mi lado por una cosa de posiciones natural.

De pronto, mi comportamiento tenía un sentido. Muy rastreado. Un sentido social. Mi actitud de eterna transparencia daba un rédito. Dudoso, pero había.

La penúltima noche temprano se fue. El idiota obtuso que soy se contra revolucionó y en un estado de desordenado enojo una almohada mis lamentos tontos recibió.

El amanecer posterior yo ya había derrochado la posibilidad. Mi sitial era utilizado como por turnos por mis parientes.

Yo miraba, decía un comentario, pero por dentro la calma mantenía un duro duelo con la rabia. Y para peor, no sabía ni de que. Inútilmente mi control peligraba y no sabía porqué.

Pero esa noche fue mágica.

Ilustre se podría decir si esto fuera política. No lo es. Menos mal.

Lento. Ya no eran minutos en una carrera, eran segundos paseando por el parque como dos ancianos.

Su piel delicada y suave fue rozando primero. Después tanteaba con su mirada, ojos grandes, afectuosos y atentos hacían tiritar los latidos. Sin buscarlo sus manos se posaban en las mías y mis labios gruesos se pegaban a los suyos finos.

Maravilloso corazón maravilloso. Una canción dice así, pero no lo entendía y hasta criticaba a los vulgares seres inferiores que son víctimas de aquellos efectos químicos.

Mientras el sentido baila con esta alma rebosante de un placer lindo.

Una cascada de partículas emocionantemente emocionales cae por mi espíritu y baña desde el cabello más largo al máximo de mis extremidades de una sensación de absoluto bienestar.

Un placer de alegría que incomprendida vuela. Ella sabe, las emociones descienden, ella vuela.

Así estoy. Dándole vueltas y vueltas a tonteras que me cuesta pronunciar. O costaba. Decirle linda es como nombrar a la máquina de afeitar como gillette. Un reflejo espontáneo.

Antes, en ese viaje ya comentado un primo me sacó el tarot. Esa tarde, en el segundo piso de una casa playera me predijo el año.

Y que año, lejos uno de los mas significativos de mi vida. Un año complejo. Tortuoso a momentos, pero que me tiene en la cumbre de la felicidad.

Transantiago, en tu año, ya no eres tema para mí.