3/16/2008

Conductores al volante

Yo vivía a los pies de los cerros. Silencio general. Como ruido sólo un cabro chico del vecino que grita mucho o maestros que entre cumbia y cumbia se ríen a carcajadas y se hacen notar.

El resto, silencio. Sólo el murmullo del viento como silbido.

Ahora vivo en un depa, entre calles ni muy grandes ni muy chicas, en un décimo piso.
Y estoy impresionado por la cantidad de bocinas que se hacen escuchar incluso atravesando el vidrio de mis ventanas. A toda hora. Sonido constante.

Esto, omitiendo el cuando me asomó y observo como en la calle es común, principalmente en la noche, que los conductores no respeten el semáforo y pasen, de forma literal, cuando quieran.

Así no extrañan los accidentes. No necesitamos de las autopistas para justificar la mortalidad de las calles. No es necesario el borracho chorizo que acelera más de la cuenta.

Sólo hay que contemplar, abrir ojos y oídos que la prepotencia y las chantadas se hacen sentir.

Agrego las características de los conductores como grupo. Son agresivos, desafiantes, la gran mayoría utiliza el tráfico como un manual de sugerencias. Un grupo donde el respeto al otro está enterrado, en un ahogo por los tacos, el calor (en verano), la lluvia y el frío (en invierno) y la internalizada idea de hacer notar hasta demostrar que el que esta al volante es uno.

3/13/2008

El metro: un afrodisiaco

En la Estación Baquedano me percaté.

Siempre me ha llamado la atención la gente que en pleno metro se ponen a agarrar como si estuvieran en la disco. Yo no tengo nada en contra de besarse, pero por favor es una lata andar viéndole la lengua a cualquier pelusa. Si fuera un fenómeno lésbico y nuestros ojos observaran puras lenguas femeninas está bien, de lo contrario, se atenta contra el principio de libertad: Superas el límite cuando violas la libertad del otro.

Y creo que andar viendo a los monos en esos gestos privados es una de esas violaciones.
Sin embargo, lo que escribo no quiere hablar de ese atentado en particular, sino escarbar un poco más en ese fenómeno.

Estas palabras se tratan de otra cosa.

Como dije en Baquedano me percaté y comencé a contar las parejas que se ponían a besuquearse en el metro como si estuvieran en la cama. De la mencionada estación hasta la que me bajé, que fue República, pude contar 11 parejas y ninguna a besitos tiernos y tranquis, suaves. No, todos como si ya tuvieran planeado el placer posterior.

Y hay otra rareza en todo esto. El metro se presta a su vez para un lugar ideal para coquetear sin sentido. Ese coqueteo que busca una sonrisa o un piropo visual. Ese coqueteo callejero se manifiesta y se vive en el metro.

Así, ante estas características del metro se me ocurrió una teoría: El tren subterráneo tiene un poder afrodisíaco que no se puede dejar de lado.

Yo, asumí esto como una especia de ley y mis viajes se transformaron en una entretención. Todas miran, reaccionan y atacan distinto. Es casi un juego de semejanzas con el otro acto que nos hace tan diferentes. No se cuenta, se vive.

3/10/2008

Proyecto

Mareado, confundido, perdido y oprimido. Infeliz e insatisfecho. Quien era para alegar. La expresión parecía un tesoro que pocos podían alcanzar, pero quería pelear por él.

Mi mente vacilaba y se preguntaba, debatía solitaria y buscaba alguna razón, los porqué. ¿Se encuentran en algún lugar?. Se conocen?. Se llegan a conocer?
Me daba cuenta y sentía el abuso del cual era sujeto. Me sentía un vulgar instrumento, manejado, manipulado, guiado constantemente en el mundo de casualidades que es la vida.


Ansiaba el fin, un camino, pero no veía, estaba ciego y vagabundo en el trayecto. Mi instinto colapsado y fundido, esperando exclusivamente un término, cualquiera fuese el final.


Una desconfianza habitaba en mi, la inseguridad iba poseyendo cada parte de mi alma. El cuestionamiento era total, rozando lentamente y sin saberlo los límites de la irracionalidad.


Irónica, hasta burlesca me parecía mi vida y en general, toda existencia.
El tipo seguro, el muchacho que con facilidad obtenía corazones ajenos, el galán naufragaba perdiendo su seguridad, la inestabilidad marcaban mis acciones y malgastaba mis dotes y cualidades en castigarme. El manejo social se me hacía intolerable, veía todo malo, erróneo, feo.


La amistad y la sociabilidad las desarrollaba sin conflicto y ellas tampoco tenían problemas conmigo. Hasta el punto donde había llegado, donde estaba parado, ya nadie pensaba en mi, la soledad era horrenda, hostil, monstruosa, dueña de mis segundos, dominaba los perímetros de mi realidad.


El dinero abundaba a mi alrededor, la holgura económica facilitaba los malos pasos, tenía alcance a demasiadas cosas, muchas inmerecidas. Eso se complementaba con mi inmaterialidad, gastaba sin importarme los demás, era tan pasajero que llegaba a ser inexistente. Esa era mi visión. Derrochaba dinero sin control, pues para mi eso no contaba con mucha validez.


Creía controlar mi vida y mis acciones, pero sin darme cuenta sabía que no era así. Algo tenía el control más allá de mi, más allá del ser humano, todo predestinado. Encomendado a la tierra, como si cada persona fuera una misión sagrada. Las religiones eran macro-cruzadas, todas creyéndose la única, la mejor, la más sólida, la constante y eterna. Sin embargo estaban unidas y conectadas y tenían el mismo jefe. En aquella época no sabía como explicar o representar aquel jefe, hoy tampoco puedo y creo que nunca podré, para mis adentros definí que la energía máxima era aquel mandatario, de la energía partía todo y en ella todo terminaba, era intangible, pero con disponibilidad te tocaba y paseaba a tu alrededor. Era común, que muchos le pondrían el nombre de Dios. Las doctrinas se aprovechaban de la gente e históricamente ha habido abusos por parte de las religiones hacia las distintas comunidades, hablaban en nombre de Dios, eran sus representantes, eran Él, en la tierra, eso me desagradaba y para mis adentros me causaba rabia e impotencia, al ser incapaz de decirle al mundo mis creencias y al ser el mundo incapaz de apoyarme.


Sentía como la depresión anímica era parte de mi ser. La desmotivación, la desgana me hablaban y convivían a mi lado, sentía su aliento a diario y minuto a minuto era más cercano a ese estado.


Trataba de encontrar gente similar, con una forma semejante de pensar, de creer. Si eso no era posible estaba abierto a expresarme ante alguien sabio, radical, que me diera consejos profundos.


Por el contrario a quien acudía se planteaba al instante cariñoso, creyendo que yo necesitaba que me quisieran. Sin embargo, necesitaba querer, necesitaba amar, enamorarme. Llegar a la cúspide del amor, basar tu vida en otro y levantarse todas las mañanas por el deleite de estar con la mujer amada.


Tanto hablan de amor, tanto escucho aquella palabra, pensando en mi interior que era solo una ilusión. Para mí era un encanto que te conquistaba y te carcomía, apoderándose de toda forma pensante, era idealismo, fanatismo, debilidad. El miedo a la soledad era uno de los fundadores de aquel sentimiento y yo, como fuerte que me creía, no podía caer en el. Si a nada temía y nada quería, mentalmente no tenía ninguna debilidad. En eso me basaba para actuar con frialdad, con rudeza y con una absoluta racionalidad, incuestionable.


No amaba a nadie, nada me motivaba, el término nada se transformaba en un pilar primordial dentro de mi cabeza, el gusto por la vida era, a cada instante, más escaso, hasta limitarse sólo a momentos de placer, gozo, gloria.


No entendía, mientras las dudas hallaban hogar en mi. La confusión profunda era mi compañera y mi guía. El peor guía que se puede tener, era frustrado, cansado de poseer tal condición.


La vida en mi casa era insoportable. La convivencia entre mi familia era difícil, transitaba en ella esperando no recibir heridas, era como un campo de batalla, en silencio, donde solo se escuchan efímeros estruendos que rebotan en tu interior. Costaba, cansaba, me creía el peor enemigo de todos, al final yo mismo era mi peor enemigo. Dejé de escuchar, las palabras que volaban en mi casa buscaban ser atendidas, pero se quedaban en el aire esperando, perdían todo sentido y su uso se limitaba poco a poco, no éramos más que una comunidad antisocial, enojada con el mundo, pero al ser parte del mismo el enojo crecía, al saber que en el fondo se está enojado con uno mismo. Era desesperanza, frialdad, ira, duda, era un mar de inseguridad, de sentimientos vagabundos, amor y cariño presente, pero no querían, no necesitaban mostrarse y se mantenían escondidos, intimidados por las potencias negativas.


Acostarme era un ritual sagrado y odiado, era saber que tenía que levantarme al día siguiente y tener que seguir viviendo con todas esas cosas rutinarias que tanto desprecio me causaban. Era un eterno comenzar de una revolución que nunca pasaba, un empezar donde los ideales quedaban botados, solitarios, donde la cotidianeidad consumía nuestros actos y la superficialidad abundaba mientras te susurraba al oído palabras bonitas y decoradas que nunca eran bien recibidas, por el contrario, actuaban como gatillos, de furia e infelicidad.


Realmente me costaba vivir, eso provocaba un cambio, no sólo me era difícil sino que la vida se trataba de un sobrevivir, no de vivir bien sino de no morir.
Tenía al mundo dándome la espalda y sin pensarlo mucho en aquel momento, ni reflexionar lo que estaba haciendo tome la decisión, inviolable (me dije para mis adentros) de abandonarme, entregarme al vacío, basándome en la teoría del dolor y el golpe eran los mejores remedios. Si vivía de tal forma, sin ayuda ni compañía poco hubiera logrado quedándome en ese estado, seguiría con el concepto de sobre vivencia, de angustia y de agotamiento. Para mi, eso tenía que parar, ¿Estaba dispuesto a asumir los riesgos y de hacer un extremo esfuerzo? Tenía que intentarlo.


La prueba, mi propio y auto impuesto examen se comenzaba a escribir, como primera medida tenía que decidir donde iba a vivir. Si me iba, no iba a recibir apoyo de mis padres, no podía contar con el dinero de ellos. Darme cuenta de eso fue un fuerte golpe, fue entender que tenía que empezar de nuevo, de cero y que lo único que hasta el momento me iba quedando de mi antigua vida serían mis estudios. Cuando asumí eso, me propuse trabajar, antes de largarme necesitaba conseguir alguna forma de financiar mi comienzo. 


Así, dibuje mi futuro a corto plazo. Continuaría alojándome en la casa de mi familia, hasta tener la cantidad suficiente para encontrar un lugar donde dormir. Necesitaría tener el trabajo asegurado cuanto antes, esa fue la primera acción que debía realizar antes de seguir trazando sueños. Corte las quimeras que volaban en mi cabeza y comprendí que las acciones debían iniciarse. Hasta ese momento viví como un ser soñador, pero la ilusión acabaría aquella misma noche.

3/06/2008

El día que nací

Nació un cinco de agosto. Sus tíos y tías, abundantes y jóvenes, a la misma hora que asomaba la cabeza a la luz celebraban en un lugar próximo un cumpleaños aún más cercano. Con corona de cartón forrada de papel lustre sonreía el festejado, abuelo del recién nacido.

En la clínica bebés lloran, hay calma general en los pasillos interrumpida con intermitencia por una que otra enfermera apurada, un niño inquieto o ruedas delgadas transportando un paciente al roce de la baldosa que brilla.

El papá tiene una cámara de fotos en sus manos, la mamá grita y patalea. Silencio en el aire exterior, son las seis de la mañana y la faena recién termina. Tanto los del hospital como los de la celebración se preguntan que sucederá en el otro sitio.

A la mañana llegan muchos. Se presentan cansados y con ojeras al sector de maternidad. El aliento delata a algunos de la intensa jornada nocturna. Pero llegan, Ana María y Patricio están, aún atentos a la eventualidad y admirados con su nuevo hijo.

Felicitaciones vuelan a los padres del crío. El movimiento es intenso en cariño pero de corta duración. A la tarde se presentó la segunda y más congregada ola familiar. A sus maneras, todos cumplen y mantienen el ritual.

Para el resto de Chile era un día normal. Era una época dictatorial eso si. Militares uniformados se veían por las calles y la gente caminaba con las orejas alertas y la vista observadora. Había una calmada inseguridad dicen algunos.

Ese mes hubo un atentado. Tres militares muertos en un acto atribuido al Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Años después se cambia la constitución. Muchos varios más pasaron para los siguientes comicios. Seis años tuvo Tomás al terminar el régimen. Hoy tiene 24.