7/24/2008

Descubrir y soñar

Haciendo travesuras descubrí por casualidad de la vida una luz en mi pieza.

Un foco que siempre estuvo ahí. Tuve la permanente noción de que aquel haz nunca prendería. No sé porqué. No recuerdo si alguna vez intenté prenderla y si hubo una prueba tampoco me acuerdo si funcionó o no.

Pero bueno, el tema no es ese. El tema es que sin querer queriendo descubrí algo en mi habitación.

¿Qué tan significativo puede ser eso? Pues simple, si en mi pieza soy capaz de encontrar detalles desconocidos, quizás que se pueda encontar en el mundo, o no siendo tan expansivo, que habrá más allá de las paredes que me encierran.

Porque si en mi pieza encuentro algo, que me esperará más allá y sólo nace una intensa picazón en el núcleo de la curiosidad, una sensación que sólo llama a buscar y probar, tantear y probablemente encontrar.

Así, es posible que mañana levante una piedra en la calle y me tropiece con un flamante elemento especial.

Paradoja; entre descubrir y soñar -como en preguntar- no hay engaño.

Soledad

La soledad, la misma que tanto busqué y que durante años me parecía una excelente y fiel compañera.

Esa que aparece sonriente cuando uno la llama, pero su expresión cambia cuando su presencia es involuntaria.

Sentirse solo, un tema. Querer hablar y no tener con quien. Querer abrazar y no tener a quien. Incluso querer ayudar o participar.

Los lazos. Añoranza de lazos inexistentes, dan la sensación de que al fin y al cabo todo es un montaje. Un escenario con escenografía predispuesta donde todos somos simples actores con un guión a desarrollar.

La soledad es acogedora y atractiva cuando se quiere, pero tremendamente hostil si inunda nuestro espacio sin permiso.

Hay quienes que aunque estén rodeados de gente se sienten solos, otros que aún en el aislamiento máximo se sienten acogidos.

¿Porqué desarrollé tan en profundidad una característica que quizá no me corresponde?

Ahora más que nunca quisiera honesta ternura. Ahora más que nunca dudo de mi discurso.