Le dije que lo escribiría y me gusta cumplir lo que digo. En especial, cuando las palabras se unen solas en una página en blanco.
La salida fue caótica. Hace meses pensaba ir a ayudar a mi
buen amigo quien se construía su casa a pulso. Necesitaba además salir de la ciudad
y respirar otro aire, más viento, brisa y oleaje.
A ella la conocía poco. Más que nada unas dos largas jornada
de conversación, risas graciosas y espontaneas. Afinidad.
Y es que eso último es para mí lo principal cuando uno
conoce a una persona. Estoy seguro que nuestros cuerpos influyen de forma
directa en la apreciación que hacemos de los que conocemos. Es como un
conocimiento instintivo del ser humano y me imagino tendrá que ver con estados
salvajes y un primer filtro ante el peligro.
Me cuesta que ellas me llamen la atención. Las veo
triviales, en mundos idealizados que no existen y con actitudes que más parecen
telenovelas que realidad. Entonces cuando aparece una distinta, de inmediato se
prende una alarma.
No me pasaba hace años. Hasta ahora, ya hay bastante que no me pasaba hace años.
Ella expuso las señales con su sonrisa fácil, con su voluntad y
disposición, con su paciencia y tolerancia. Con una personalidad única,
infantil, creativa, lúdica y con humor.
Muchos creen que yo soy inmaduro porque justamente proclamo
y defiendo esa forma de vida; recordando siempre ese espíritu de niño, la
jovialidad, la simpleza de la belleza en detalles que comúnmente pasan
desapercibidos.
Respondió con todo eso y más. Una noche, acostado, no podía
conciliar el sueño. Apenas la conocía, apenas la había visto, pero su voz
resonaba como un eco profundo en la habitación. Ahí supe que algo pasaba, algo ya
anormal para mi costumbre crítica, independiente y rebelde.
No hubo mucho tiempo para definiciones. Las cosas fluyeron
con naturalidad como debe ser cuando en verdad es. Ella aceptó sin excusas. Y la sometía a pruebas a cada segundo; dejándola sola con terceros o en
la calle, apurándola, llevándola a locales de baja monta y caminando largas
distancias. Me fascinan las pruebas, es una manera bastante válida de obtener
grados certeros de compatibilidad.
Caminó sin quejas y tuvimos silencios sin lamentos. Al
llegar, fuera de mis problemas que se acarreaban desde mi estrés y mis
emociones, desde esa entrada al restaurante de un amigo el paseo avanzó como
solo sucede cuando la historia es la correcta.
Alojamos gratis donde este amigo que sin reparos ni protocolos
nos recibió. Tuvimos esas conversas nocturnas con las que me deleito. Luego
esos toques románticos que la piel codifica y transmite al cerebro. A esa
altura yo confundido y con miedos, superando inseguridades y viejos recuerdos.
Claramente a ella le pasaba similar y creo que eso fue un
fuerte nudo en un inicio espontáneo inesperado. Pero es que como negarse a una
mujer que va a la playa y corre y grita y dibuja en la arena. Que tiene la piel más suave que he tocado. Que disfruta los
sabores mientras chorrea aceite. Que me deja manosear sus pies, un fetiche que casi olvido. Que goza con el contacto de la naturaleza y de los animales. Que lleva gafas de abuelita con soberbia dignidad. Que balbucea con ternura en las noches. Que pega sus labios a los tuyos como
si ambos pegamento tuvieran. Que tiene tan mal despertar que la hace real. Que te sorprende minuto a minuto porque ella no
quiere aparentar nada, no le interesa. Ella es y para mí, no existe nada más
valioso que la autenticidad.
Fueron tan sincrónicos esos días que arriba del bus de
vuelta me comenta que no se quiere ir. En mi imaginario siempre había dibujado
una mujer que pudiera cambiar sus planes sin complicaciones. Ni siquiera fui yo
–ahora me siento más moldeado que ella- quien tuvo la iniciativa. Pero la
seguí. Sin importar consecuencias ni resultados.
Esos días los vivimos juntos momento a momento. Sin etiquetarnos. Los vivimos como una aventura improvisada, de esas
que si las organizas salen mal, porque el origen no está en la programación, si
no en la utopía de la alegría soñadora.
Y es que hoy tras un par de días a la distancia ya siento
una nostalgia amorosa. Gracias a la vida que me ha dado tanto decía Mercedes y
es que sabiamente tenía mucha razón.