Como todo buen paseo, sus sospresas son siempre bienvenidas y bien vividas. Este caso fue el del romántico reencuentro que deviene sin aviso, con mucho cariño y ponderada nostalgia arraigada.
Iba yo caminando por la tierra polvorienta de la senda a la destrucción, de vuelta de la playa ventosa del lugar en la que habíamos pasado una simpática mañana. Bonita, si, bien cuidada y tranquila la ribera, pero con viento y arena hasta por las orejas hasta que se vuelve insoportable.
Pues iba caminando junto al grupo ocacional del momento cuando, a alta velocidad y más abrigada que lo estandar, nos adelanta una mujer sóla con una chomba negra de lana gruesa, con su pelo castaño meneado por el mismo viento que antes nos había hecho tragar arena, pero ahora, con otra voluntad y definivamente amigo de la estética.
Esta mujer era una vieja conocida mía que yo, entre luces diurnas y recuerdos añejos, pude distinguir sin dudas. Ese reconocimiento vaciló mi paso y con nerviosa sonrisa al cuello cometí la imprudencia de comentarle a mis contertulios del descubrimiento.
Para no mediar obviedades, mis compadres desvergonzadamente la llaman y gritan su sobrenombre tan peculiar que casi nadie sabe que significa, pero no importa, ahí está ella unos metros alejada de nuestra subexistencia cuando en uno de los gritos entiende que el llamado es hacia ella y se aparta lentamente uno de los auriculares de sus audífonos blancos para sorprenderse también y ver a mi amigo, su conocido, caminado solo a una mínima distancia detrás de ella, con tanta bienaventuv y ánimo de celebracion, más la bandera de Chile agitándose tras sus espaldas que le incentiva la interacción a cualquiera.
Ahí me acerqué yo y la mencionada sorpresa giró en profundidad e impacto, para vernos, tras muchos años, frente a frente y sin más.
Cabe decir y comentar, sólo por la necesidad de la contextualización, que a mi querida estimada yo la había querido y harto y que había sido ella, quien con más miedo que desición, abandonó nuestro amor al poco tiempo de nacer y sin razón aparente.
Asi que, al encuentro, el palpite de mi interior se vuelve frenético y mi persona completa se debe enfrentar al desafío de no ser abandonado otra vez, en una esquina desolada con un beso interminable y el calor irresistible del verano abrazándonos.
La conversa sincera y el trayecto fue amenoal instante simpático y acogedor, por lo que al llegar al destino de rumbos separados ella atina con naturalidad a pedirme mi teléfono, que yo con torpeza dicto y, pero que con mayor soltura registro.
Entonces esa noche, motivado por esa sonrisa innocente, maravillosamente ingenua, de ternura exquisita con sus ojos de tristeza engañadora, tomo mi aparato para llamarla. Desgracias, nada pude hablar o nada entendeible. Traté con un mensaje para la opción de verla otra vez, pero nada, no me funcionó y como es tradicional en mí, dejo los intentos para jugar con el futuro y que lo que quiera la existencia que sea que suceda.
En el intertanto hiice lo mío, bailé, grité. Me reí, fumé, tomé. Tonteras varias. Travesura aún ninguna.
Y fui al imperio carnavelero de Chile, una fonda polpular en pleno 18, con banda y amigoskis decorativos incluídos.
Ahí la vi nuevamente, estática como si me estuviera esperando. Y voy directo hacia esas mejillas de niña para buscar cautivarla.
El momento me traslada sin preguntarme hacia aquella ápoca en la que besaba sus labios para acordarme que habían diferencias, algunas no menores y que ya antes esto pasó y el resultado no me favoreció.
9/21/2009
7/08/2009
Pero…¿por qué?

Rara cosa lo que me sucedió.
En clases de inglés yo me di cuenta que era un poco corto de vista. Me acuerdo estar sentado en las baldosas elevadas con la raja fría, pero la vista tranquila. Todo lo anotaban en el blanco pizarrón, casi nada podía leer yo desde la distancia de mi pupitre, por supuesto, alejado de la mesa de la maestra, mi lugar más cerca de los rincones del desorden y la complicidad.
Desde aquella época quise operarme mi percepción visual de la realidad. Un cuadro de tonos pasteles en el que los colores se fusionaban sin presentar fronteras.
Así, comencé mis idas al oculista y lo primero que me dijo me dio tal desesperanza que la idea se mantuvo alejada de mis prioridades hasta un lustro, cuando de nuevo mi problema se hacía insostenible para la rutina.
El Doc me dijo sin tapujo que nada podía hacer hasta que el ojo terminara su completo desarrollo y por tanto, sólo cabía esperar.
Y así lo hice. A los 21, falta, me dijo el de vestido blanco. A los 22, se repitió el mensaje. A los 23 cambió el discurso y tras una serie de exámenes, el médico me dio su aprobación total para operarme cuando lo deseara.
Ni tonto, yo decía que mañana mismo no había problemas y parecido sucedió, una semana después una bella enfermera siempre dispuesta a distorsionarse en nuestra mente me colocaba con tierna gentileza gotitas especiales en los círculos que recibirían el potente rayo de la operación.
Aunque el plan es intervenir un ojo primero y tiempo después el segundo, yo, con mi tozudez de siempre brillando, conseguí que el proceso terminara tras una sola visita.
Estuve ciego un par de horas y unos diez días con una mirada extraña. Luego, el cuerpo se acostumbró a este nuevo estatus. Y ahí radica la rara cosa que me sucedió. Desde que comencé a utilizar mi vista nueva, mi memoria borró mi visión antigua y fue como si toda la vida hubiera tenido la misma sana situación ocular.
Tampoco yo le había dado mucha importancia al tema, no me llamó la atención que incluso mis recuerdos estaban grabados con colores vivos y claras líneas que delimitaban las formas, nada que ver con el cómo veía en el momento que se registraron los acontecimientos.
Hasta ahora, recién ahora, veo la diferencia, el antes y el después, puedo comprender el cambió que significó y lo distinto que es para la vida diaria detalles como estos.
Aún trato de descifrar porque mi cuerpo asimiló el cambió de inmediato, pero imponiéndolo en mi pasado y cómo es que después del tiempo me di cuenta de todo esto.
Cosa rara, gran fenómeno, genial me parece, pero…¿por qué?
6/19/2009
Lo más mínimo de lo mínimo somos nosotros mismos

Ayer estaba pensando y comencé a darle vueltas a varios pensamientos conectados entre sí. Primero quisiera partir con un concepto que creo que está horriblemente mal utilizado en nuestra limitada sociedad cultural de occidente.
Resulta que a uno toda la vida le andan diciendo y repitiendo que hay que madurar, autoridades del jardín primero, del colegio después, de la U al final, pero principalmente los padres, tíos, abuelos y otros familiares.
Pero resulta que la verdad es que ese término se ocupa en sociedad hace unas cuantas décadas, por cuanto no es una palabra que busque referirse en realidad al desarrollo humano, sino que se dirige a las etapas de la vida de las frutas y verduras.
Pero acá hay una cosa importante, en los mencionados elementos naturales el estar maduro significa que el cuerpo en cuestión ya terminó su ciclo de desarrollo, está listo para ser comido, o sea, acabar con su crecimiento.
Y volviendo a lo anterior imagínense que a nosotros permanentemente no están diciendo eso, cuando lo que dicen los que lo profieren, sin saberlo, el mensaje que te están transmitiendo no es “crece” o “evoluciona” -como me gusta decir a mi-, sino que te están diciendo enveceje, muere, termina tu ciclo.
Uno a veces pasa desapercibidas este tipo de cosas que parecen superficiales, pero en realidad, el cerebro humano funciona mucho más allá de la comprensión de la conciencia, -que a todo estos estén, siempre paradójicamente conscientes, de que la consciencia es social, o sea artificial, un invento de la humanidad, no es natural- y al masificar ese mensaje el niño lo intuye en una extraño lazo no razonal con los vegetales y no entiende la relación y la complejidad del término, pero si ve el mapa claro como se los expuse. No hay que ser un gran sabio para saber de antemano que la máxima sabiduría proviene de los menores y no de “el adulto responsable”.
Sinceramente creo que a pesar de lo que al mundo le encanta ventilar, la humanidad es tan prehistórica hoy como al principio de los tiempos. Y la ciencia? Pues bien, pongamos que como ciencia la medicina es de las más avanzadas, pero resulta que la medicina tradicional, esta es, la que se imparte en hospitales y clínicas, sólo entiende un 10% de las enfermedades actuales y de ellas no todas, aún comprendidas, logran conseguir curación. Además otro 10% de los pacientes de esta medicina tradicional termina peor que al tratarse o incluso falleciendo por fallas tecnológicas o negligencia del personal. Esto es simple, pregunten en su círculo social cuantos les ha pasado que el doctor los diagnosticó mal o que la cirugía, antes recomendada, terminó en pésimo puerto.
Por todo lo anterior replico y grito que no se dejen engañar, lo mejor que podemos hacer como cavernícolas civiles que somos es darnos cuenta de esto e internalizarlo lo antes posible y nunca creernos el cuento más allá de lo tolerable, porque además como algunos saben para más remate nosotros somos uno entre miles de millones de personas, nuestro planeta es uno de los chicos en nuestro sistema solar y nuestro sistema solar es enano, mísero en un universo que el hombre no conoce en totalidad, ni siquiera en parte importante.
Con todo esto voy a que, primero, cuida los conceptos, no siempre el lenguaje es algo superficial –yo personalmente creo que no lo es, para nada- en segundo, que no se crean seres especiales ni superiores a nada, -refiérase flora y fauna- ya que sólo somos un animalejo más que habita estas tierras y, tercero, hay que mantener la humildad y la sencillez ya que lo más mínimo de lo mínimo somos nosotros mismos.
6/03/2009
Bam Bam Zamorano versus Matador Salas

La despedida de José Melinao Marcelo Salas ha colocado en el tapete, por todas partes, la discusión sobre finalmente quien fue mejor. Debate hiper estéril, porque cualquier aficionado del fútbol chileno sabe que si por obligación, sólo si es un deber, habría que elegir alguno, el que se lleva el premio es Elías Figueroa, uno de los grandes de la historia según la propia FIFA.
La comparación entre El Matador y Bam Bam la he visto en todos los medios periodísticos, radio, televisión, prensa escrita e internet y, además, en el debate popular ejemplificado como punta del iceberg en el nunca bien ponderado Facebook.
Pero digo que esta confrontación es un completo sin sentido ya que aún jugando en el mismo puesto y siendo contemporáneos la realidad de uno y otro es diferente.
Bam Bam ostenta como mayor logro haber sido Pichichi de la Liga Española en el Real Madrid. Fue además tercero con la selección en las olimpíadas, equipo que lideró por completo y era el capitán. Como veterano aún jugaba en la competitiva Seria A en el Inter de Milán, en el que Zamorano no era titular indiscutido, pero jugaba y harto, incluso hizo unas cuantas tripletas en el Internazionale. Todo eso destacando el logro de abrir las fronteras al fútbol chileno, poco observado en esa época por el resto del mundo, escenario muy distinto al de hoy, donde es muy factible que estrellas locales salten directamente, y por cuantiosas sumas, al exigente fútbol europeo. Eso es gracias a Iván.
Por su parte, El Matador ha salido campeón en todos los clubes en lo que estuvo y en varios de ellos fue la estrella y además fue elegido el mejor de América. Sin embargo, no fue goleador de liga ni en River, ni en Lazio, menos en la Juventus.
De la U campeona 94’ y 95’ (que robo, pero ese es otro tema) era la máxima figura del plantel y se encaminó a Argentina. En Los Millonarios fue un ídolo, hasta ser considerado hoy por hoy uno de lo máximos de la institución. Famoso el relato: Salas y River campeón!!! Salas y River campeón!!!.
De ahí partió a la Lazio, equipo chico tirado a grande, pero que justamente fue esa la mejor etapa de su historia. Allí Salas también fue ídolo y figura y partió a la Juventus, único desafío, a mi parecer, de primerísimo primer nivel. La Juventus de esa época era como el Manchester United actual y estar ahí era la gloria, en cambio, la Lazio hubiera sido como el Werder Bremen o la Roma actuales. Es ahí donde esta la prueba de fuego porque en Turín Marcelo apenas jugó, se lesionó, fue dos años parte de un equipo por el que jugo poco y nada. De ahí vuelta a River, donde hizo buenas campañas, pero no espectaculares y luego la U, donde se retiró con menos glorias de las que partió antaño al extranjero.
Ahora vamos a las características. Zamorano tenía el mejor cabezazo de ese momento, acompañado de un salto impresionante, siendo considerado hoy uno de los mejores goleadores pívot. No era talentoso, pero era puro esfuerzo y corazón. Con sus patas flacas, pero el pulmón enorme, el compadre simplemente batía a cualquiera. Le tocaron siempre planteles estelares y siempre destacó. No era hábil, ni rápido, ni tenía una pegada espectacular, era todo un maestro del mérito.
En la otra vereda, Salas fue tremendamente evolutivo. En la U era sólo un lauchero con buena ubicación y un peligro potencial. En River Plate se hizo hábil y aprendió del trato y de la pegada. En la Lazio aprendió de pases y liderazgo, transformándose en esa etapa en uno de los delanteros más completos del momento. Él tenía todo, ubicación, cabeza, pegada (con ambas aún siendo zurdo), pases cortos y largos y muy aceptable velocidad, además de ser explosivo. Con el tiempo El Matador aprendió sus intuiciones futboleras y eso lo hizo grande, sin desmerecer su permanente compromiso y buen deportista, pero hay que tener en cuenta que Salas siempre fue de los que hacía un asado antes del partido y se tomaba unas piscolas por ahí, de repente, por la buena onda como quien diría.
En goles importantes ambos hicieron, aunque me quedo principalmente con los de Melinao, como el de River de mitad de cancha, el de Chile contra Inglaterra y el del Mundial cuando le ganó el salto a Cannavaro.
En fin, después de este análisis afirmo que esto de las comparaciones es una reverenda estupidez por una tesis muy simple; comparar, resta. Y acá, en el culo del mundo, lo que menos debemos hacer es restar y en vez de todos los medios hacer comparaciones sobre quien fue mejor deberían cubrir las maravillas que hicieron juntos para así sumar y hacer la operación correcta.
Siento, además, que esto de forzar la comparación está muy relacionado con la búsqueda de líderes por un lado y por otro, la estúpida barrera que colocan las oposiciones de los hinchas y clubes porque más que mal, Zamorano fue más chileno que colocolino y así lo demostró en su carrera y en su despedida y Salas fue más chileno que azul y mismo cuento, se comprobó en su carrera y en su despedida.
Por último, el tema es muy semejante en el tema Riera vs Pellegrini. ¿Hasta cuándo de comparaciones? Rescaten y valoren lo positivo y sientan orgullo, no vulgares recelos.
5/05/2009
Del bueno y de la buena

Acabo de terminar de ver una de las películas más representativas de lo que en realidad es la adolescencia, que por cierto no veía hace un buen lustro. Es tanto así que tuve que ir a buscar con urgencia una cerveza para mitigar las ganas que tengo en este preciso momento de embriagarme con escándalo y hacer tonterías que antes estaban con toda libertad permitidas.
Libertades que si uno se toma en este período, excepto casos muy particulares como despedidas, cumpleaños, matrimonios u otro tipo de celebraciones, son miradas por el resto con prejuicios radicales impuestos por los estándares de comportamiento que la sociedad y varios de los que nos rodean, por poco, imponen.
En el filme pasa todo lo respectivo a esa época de la vida; sus personajes, situaciones y relaciones varias. La madre que reta al hijo cuando llega al amanecer, un clásico. Le pregunta si bebió y un par de detalles insignificantes de la noche, pero sólo para disfrazarse de…, porque aunque se da cuenta que el cabro anda medio puesto igual cierra la puerta de su pieza con esos ojos maternales inconfundibles y entiende que sin importar las reglas, el desgraciado viene con una sonrisa de oreja a oreja incontrolable. Sí, acaba de perder su querida castidad. Lo que por añadidura no sería lo único que hace por primera vez durante el transcurso de esa noche.
También está el matón insoportable; que grita mucho, que se impone por el volumen alto y amenazas permanentes, pero que al fin y al cabo no le cae bien a nadie, es patético y termina siendo rechazado e humillado por sus pares.
Está la pelea menor, infaltable donde hay mucho desorden, con un par de golpes merecidos (otros no tanto) y una herida en el labio “del perdedor” que da muestra del enfrentamiento sostenido.
Por supuesto, está el lío con la policía respectiva que paquea per sé, sin motivos verdaderos y más en el deber de hacer algo porque simplemente eso es lo que representan. Pero seamos sinceros, a nadie le hace daño una tropa de giles tomando cerveza en la plaza. Aunque sea contra la ley, me parece hasta mejor que reprimirlos, asustarlos y creer que por ello no lo volverán hacer. Ridículo cómo piensa la autoridad.
No se puede olvidar al de mayor edad, que aún con el deber de trabajar y hacer vida adulta prefiere la junta con jóvenes que no tienen mayores responsabilidades y disfruta de esa rebeldía y de los potitos bien puestos y firmes. Para el bronce y para que un querido amigo tenga en cuenta, este compadre comenta el porqué le gustan tanto las colegialas y dice con tranquilidad y tono rítmico que es porque él se hace viejo, pero ellas siempre se mantienen en la misma edad, simple, genial. Sé que no suena tan extraordinariamente bien, pero si lo piensas, es la maestría de la sabiduría.
Y nada más memorable que el potencial carrete en la casa del que se queda solo. El problema es cuando justo antes de subirse al auto los padres cachan que su hijo se trama una fiestoca más o menos en la casa mientras ellos estarían fuera y deciden en ese instante cancelar sus planes. No hay carrete, los padres no se van.
La película eso si tiene ese desagradable gusto sobre gringo que tienen algunos filmes realizados en ese país. Ese aire a brutos idiotas sin cabezas, adultos sin criterio para nada (no me refiero a uno que se toma un par de copetes y le da vueltas la cabeza, sino al que amenaza a cualquiera con un arma de fuego por una estupidez) y a rituales innecesarios que se practican como si fueran una religión. La cultura de la exageración y los extremos.
He visto muchas, demasiadas obras cinematográficas respecto al tema éste del adolescente y lo que en realidad hacen cuando están a sus anchas, y fuera por ese ya mencionado y marcado toque norteamericanista que tienen casi todas, pocas, muy pocas, reflejan el escenario real sin exageraciones burdas, personajes sobreactuados, sobrantes y sobre reaccionarios y, para agregar un halago justificado, no se puede obviar el placer de cualquier cinéfilo de presenciar un buen guión como el que les comento.
Por si no saben y se preguntan de que maravilla hablo y aún no adivinan, se trata de Dazed and Confuzed de Richard Lincklater. Sencilla, honesta, volada, entretenida, pero además y como si fuera poco, tremendamente rockanrolera…del bueno y de la buena.
4/19/2009
Plato al fútbol
Recién terminé de suministrarle a mi cuerpo uno de los desafíos más poderosos que haya recibido nunca antes en su extensa trayectoria. Esto, cómo un receptor de alabada categoría en el área chica de la alimentación desmesurada.
Todo comenzó cuando un domingo cualquiera -en el que se vive el clásico chileno y argentino, que a mi no me importan mayormente por ahora- me veo en la situación de proveerme del tan casero o externo almuerzo dominical en la casa de mi tía, pero en la que me encuentro solo con mis vicios. La casa se encuentra despoblada de sus habitantes por una visita habitual de ella y mi prima en este tipo de días; a la familia.
Pero así junto conmigo reviso el refrigerador para ver que hay dentro y disponible y hacer un análisis comparativo de las posibilidades. En el estudio, influye de manera magistral la fácil y rápida preparación, ni mencionar, claro que si, que después de la prioridad principal que tienen las mezclas de sabores que más satisfacen a las papilas gustativas. Me refiero a que sea un placer arrollador saborear.
Vi arroz, palta, lechuga, huevos, pepino y zanahoria. Arroz quedaba poquito, pero sería la base del campeón junto a la palta. Dúo dinámico ése, bien potentes. Una dupla de temer.
Primero cogí una de las paltas resecas que hay acá: “Son silvestres”, dice la tía a medio andar entre su movilización permanente.
Algo le pude sacar a la fruta verde, que en vez de ése color la habían pintado en su interior más de luto que de vegetación. Eso me entregó un poco, pero muy poco de palta a mi plato así que busqué ahora una de las de verdad y tras tocarlas con cortesía elegí la más madura.
La corté por la mitad y se complementó con su prima campesina en la blanca, aunque acuchillada cerámica plana. Al momento, guardé la otra parte en el refrigerador y me dispuse al inicio de la creación.
Entre medio recogí por ahí el tazón donde se encontraba el poquito de arroz y lo calenté unos segundos en el microondas.
En paralelo escudriñé para encontrar un sartén apropiado, y al dar con él, lo puse un ratito al precalientamiento previo. Originalmente iba a ocupar un solo huevo, pero al quebrarlo cometí algún inusual error y la yema se esparció por la superficie de metal. Ahí supe que iba a ser un efrentamiento, al final, con dos balones blancos dentro del campo.
Saqué el arroz de la caja imprescindible y lo vacié en la ya molida, saleada y revuelta paltita. Y nuevamente lo mezclé hasta conseguir una fusión uniforme. Parejito.
Entre tanto, atendía a quien se cocía al fuego y me dispuse a permitirle la presencia de un compañero de castigo y así el segundo huevón se reventó de manera perfecta en el teflón.
En una apertura casual de refrigerador vi por ahí escurridizo un queso que me llamaba a gritos para ser rebanado y, siguiendo mi instinto y el llamado corporal, dividí la cosecha del producto lácteo en dos. Una parte iría a acompañar en la cancha a los cocidos, y la otra, se iría en pequeños pedazos al arroz tibio con palta. La idea fue que los primeros se derritieran en su máxima expresión, mientras que sus compipas del segundo grupo apenas tuvieran una relación cariñosa y tierna con la agradable temperatura del cereal.
En esa etapa ya visualizaba la maravilla que quedaría, pero faltaba más. Mucho más.
Y en otra apertura del camarín me acordé del rojizo pimentón, esta vez con toques en degradé de un verde oscuro. Al acercarme para alcanzarlo mi mirada atenta -o más mi ansiedad de triunfo- observó los tomatitos que esperaban su oportunidad tranquilos en el banco de suplentes. Así, se unieron al plantel los dos nuevos que venían de jugar en el malogrado equipo rojo, pero que decían orgullosos y decididos que querían cumplir a la confianza del técnico y responder a las expectativas que por ellos se habían depositado.
El primer turno fue para el marrón que piqué en tiras y, luego, en cuadraditos irregulares. A continuación, fue la oportunidad del jugoso que actuó como los de su clase se suelen comportar y dejó esparcir su líquido que alcanza a todos.
A esas alturas el huevo ya estaba listo y fuera de llama para no quemarse, además de darle la facultad de ambientación en su futuro entorno. En seguida pude detectar que hacía falta más verde al conjunto y extraje de la rejilla refrigerada la otra mitad de cáscara negra que contenía como núcleo su cuesco semillero.
Cuando estuvo listo el extraordinario puré, justo antes de unir a los huevones con queso con el resto del equipo, me vino la ocurrencia de agregar su dejo carnívoro para potenciar la delantera y materializar su aporte con dos nueve largos, medios tronquitos, pero buenos para el cabezazo y el forcejeo.
Después de pasar las pruebas y el entrenamiento por separado, estuvieron a tiempo para debutar oficialmente y dispuse utilizar la vieja táctica de los centros.
El plato se veía grandilocuente y plagado de estrellas: Palta Hass, palta silvestre, tomate, arroz, queso fundido y normal, pimentón, salchichas, huevos. Uff…tremendo. Uno de aquellos de los que están preparados en la vida para grandes cosas.
Empecé a degustar el título mientras lavaba la indumentaria utilizada. Una porción en avioncito al paladar y un elemento al lavado. Una vez irrespeté mis propias reglas como D.T. y me tragué dos cucharadas seguidas sin lavar nada. -Casi, menos mal existe esa palabra. La encuentro genial-. Casi caí en la malvada tentación una vez más, pero tuve actitud, personalidad y con mis antecedentes que me dejan como un crack de la comida innecesaria asumí mis responsabilidades y me dejé de tonterías para demostrar con el ejemplo.
El lavado y el comer no cumplieron ciclos semejantes eso sí. A mitad del tiempo reglamentario estaba el plato a medias, y en el arco contrario, finalizada se encontraba la mojada misión.
Así que me senté y lo restante fue pura garra y pude conseguir los resultados esperados.
Al término del pleito fui por mi bebida energizante, que en traducción fue un amable cigarrito bastante ameno.
Di por concluida la rigurosa temporada que arrojó excelentes resultados, además de una sensación en el ambiente de que se hicieron bien las cosas y que, por agraciada añadidura, se cumplieron los objetivos.
3/24/2009
Día: Tramites: Distinto: Mujeres

Hace mucho tiempo escribí en mi blog una columna sobre un día excepcional que había tenido. Un día peculiar, una aventura -extensión de la noche anterior- abundante de sorpresas y eventos extraños.
La hipótesis de ese escrito era la creencia de que había, por necesidad ineludible –sólo que con menos intensidad en el mensaje- tener una noche especial para poder tener uno de aquellos peculiares días.
Hoy tuve un de esos, sólo que en otro ámbito. Éste es un tema que debe ser –por simple deducción- uno de los más populares en toda forma de expresión humana: las mujeres.
Me desperté temprano, me duché. Estaba mentalizado. Un día diligente. Primero fui a la universidad. Caminata corta. Micro. Metro. Cambio de línea. Mini caminata. Espera media. Atención del personal. Mini Caminata. Metro corto. Banco. Cola mediana. McDonalds. Cuarto de Libra. Agrandado. 5 ketchups. Casi agrego otra burger. Caminata corta. Metro Corto. Mini caminata. Compra minúscula. Caminata microscópica. PC. Facebook. Fotos del Bullo. De cuando éramos pendejos. Yo las conocía todas. Pero igual me emocioné. Sonreí y reí. Fue poco rato. Pc pagado. Virtual chanta. Impresión documento hecho. Nueva atención. Levemente más extensa. Mini caminata. Metro. Coca Cola. Mini caminata. Micro. Caminata corta. Compra. Helado Pistacho. Mini Caminata. Casa.
En todo ese transitar vi a una bajita. Con polera verde. Suelta. Piel Morena. Bonito color. Rasgos delicados. Tatuaje sobre el trasero. Sobretodo tatuaje sobre el trasero.
Señora. Casi vieja. Sexy. Atrevida. Cansada. Dispuesta. Engreída. Común. Experimentada.
Ciclista. Rubia. Mirada Jovial. Saludable. Pantalón de tela. Liviano. Se notaban los contornos. Sensualidad pura.
Indiferente. Moda. Baja. Ausente. Senos precisos. Andar calmo. Diferente.
Escolar. Morena. Perfección. Sexy. Imagen potente. Labios gruesos. Disfrutando un Bowling. El coyak rojo. Arrinconada. Excitante.
Pelo Lais. Aburrida. Facha impecable. Malla negra. Para esconder su trasero. Vestido encima. Mal. Pero bello. Típica. Pero agraciada.
Morena. Chilensis. Lunar. Labios delicados. Arriba de ellos. Guatita lisa. Polera verde. Ordinaria. En el buen sentido de la palabra. Sexy. Llamativa.
Rubia. Pero taxi. Tatuaje. Enorme. En la espalda. Hasta el trasero. Hermoso por lo demás. Fiera. Actitud. Ojos verdes. Labios pintados. Peligrosa.
Baila. Es chica. Polera verde. Sonríe. Audífonos. Mini falda. Piernas largas. Figura. Universitaria. Traviesa.
Pescadores. Piel tersa. Seria. Felina. Apurada. Pelo largo. Muy fino. Audífonos. Blancos. Tipo Ipod. No Ipod. No influye. Única. Resbalosa.
Deportista. Con patas. Polera apretada. Con Globos. Rojos. Exorbitantes senos. Redondos. Grandiosos Mejor frente. De la jornada. Fue la última.
* Este es un tributo a todas las hermosas mujeres que adornan este paisaje hostil en el que se vive en esta mega metrópolis detestable. En mirar, no hay pecado. Y si lo hay, no me importa. No ahora. Menos mal.
Pero es increíble el efecto que producen las damas en nuestro cuerpo. La atracción ya abstracta y, para algunos, imperceptible tensión. Es un placer compartir el mundo con ustedes…a veces.
Pero igual, felicitaciones per se.
2/26/2009
Lugar: el cilindro de la muerte
Una vez leí que morir ahogado era la peor. ¿Regirá esa máxima para todo ser vivo?
Hace unas cuatro noches encontré algo que me impactó en su minuto.
Tras una jornada normal, esto quiere decir su resto de televisión, la lectura diaria respectiva y varias horas de Internet, iba camino a mi dormitorio, más específicamente, cómo no, a la cama querida y sus sábanas tan mías.
Por supuesto, antes hay que ir al baño. Por extraño que era por estos lados, esa vez la cortina de la bañera estaba abierta y toda arrimada en el extremo derecho.
Sin pensar para nada en lo que estaba haciendo, pero que de todas formas fue un comportamiento que me trajo sus beneficios, no prendí la luz del baño y entré en él con los míseros haces de luz que entrega la lámpara que se encuentra en el closet.
Mi pieza, para que se entienda, es una suite con un walk in closet anterior al baño.
Pues bien, saco mi compadre para cumplir con las necesidades. Esto es, siempre deshacerse del líquido sobrante antes de ir a la cama.
Por casualidad miro para al lado y veo en esa tremenda fuente en la que me ducho diariamente un arácnido enorme dubitativo en su comportamiento.
El compadre de ocho patas era de unos cinco centímetros con esas tenebrosas piernas flacas extendidas.
En ese momento una peculiar mueca se posó, sin preguntarme, en mi rostro. Una cara quizá inédita. Por un lado, diabólica reinante de planes asesinos y por otra, de pavor terrorífico que dan esos seres.
En esa misma dualidad se me vino a la cabeza la araña gigante de It que vi cuando aún no me limpiaba bien el trasero y por otro, las jugarretas nada de simpáticas que le hacíamos a los pollos inocentes con mi hermano.
Me di cuenta que el animal, si se puede denominar de esa manera, no podía escalar las paredes blancas resbalosas, por lo que deducí, en un ataque de genialidad, que la muy desgraciada se había colado por las cañería y en un acto de suma adaptación superó los gruesos barrotes del nunca bien ponderado desague.
Primero me imaginé ahogándola en un mar gigantesco para ella, pero era muy tarde y a pesar de que el día hubo sido de rutina normal, estaba lo bastante cansado como para que me diera una lata inconmensurable el sólo hecho de mojarme.
Pensé entonces en rescatarla de su pesar trágico y obtener por ello una nueva mascota para querer y sentirme acompañado en este estado de agradable soledad.
Así que motivado por esta idea me dirigí a la despensa y cogí un tarro para apresar al infeliz.
Yo, muy tonto, incluso después de comprobar que el temido no tenía ninguna ni mínima posibilidad de escaparse partí corriendo a buscar el elemento carcelario y volví aún con más rapidez.
Cuando me vi con el recipiente de vidrio en mi mano derecha y su tapa en la izquierda, comprendí que en una de esas la faena se complicaría un poco.
Yo no soy miedoso, para nada, pero una araña de ese tamaño a cualquiera lo hace dudar.
Pero mi ingenio es a veces más inteligente que yo mismo y me recordó con oportunismo que había dejado un pliego de diario, que uso cuando me afeito, abajo del lavatorio entre los paños y toallas.
Lo tomé y lo doble y fijé bien los contorno para que me quedara una especie de machete súper chanta pero capaz de ayudarme en la misión.
Así que ahora dejé la tapa dorada a un lado y me encontré al frente de la tina con un tarro de mermeladas en mi derecha y un fantástico, en su definición literal, e inútil machete en mi izquierda.
El rescate fue demasiado muy más sencillo de lo esperado.
Me acerqué lo suficiente, puse la abertura del cilindro en el camino supuesto que tomaría aquel terror encarnado y con mi arma ficticia le propiné un simpático toquecito en su enorme raja que la encaminó como si hubiera sido una orden a entrar al utensilio.
Listo, tenía mascota nueva.
Pero obvio, las cosas nunca son tan fáciles porque ahí me di cuenta que iba a dejar sin aire a la pobre, aunque la verdad no sé si realmente si necesitaría de tanto aire.
Pero bueno, nuevamente fui a la cocina, abrí el cajón y toda la cuchillería lanzó un grito de felicidad por ser utilizada y tomé, el que sabe que me diga porqué, el tenedor de asados para parrillas oficiales. Ese que mide unos 30 centímetros de largo y pesa lo suficiente como para sentirlo cuando lo tienes en la mano.
Tras todo lo anterior estaba exhausto. No en realidad, pero cuando uno escribe tiene que magnificar las cosas para que las historias en cuestión no sólo sean entretenidas, sino además deben hacerte decir: Oh, conchalalora!!!.
Eso fue una exageración, pero sinceramente les reconozco que cuando me embalo tipiando las letras y palabras se forman más bien solas y funcionan mis dedos como un ente unitario con mi imaginación que por lo demás, y como han podido apreciar, no es para nada escasa.
Así, dejé el tarro con dos orificios rectangulares producidos por el metal en su tapa apoyado en la ventana. La miré un rato y si no fuera por esa sensación permanente de sentirme que me observan hasta le habría dado las buenas noches. Pero en vez de eso con simpleza la dejé y me marché.
¿Qué siútico que describo la primera despedida, no? Sí, yo también encuentro, pero así me salió no más. Mala cuea diría cualquier pelafustan chilensis.
Al día siguiente estudié minuciosamente por Internet que cresta era lo que había agarrado y cual era la marca especifica de la nueva compañera.
Resultó ser una araña rincón. Lo intuía, pero saber es distinto a creer.
Las descripciones que hacían de esta raza eran calzadas a la perfección con el arácnido del subsuelo. Su diseño, actitud nocturna y timidez ante lo humano eran idénticos.
En todo caso, según lo que aprendí en la red este animal tiene razones y no pocas para que uno quiera matarlo despiadadamente.
Primero, la que capturé debe ser la reina de los muy descarados por su enorme tamaño y en segundo lugar, en todos lados advertían que una mordedura podía ser fatal.
Listo, la muy conchesumare es capaz de envenenarme si tiene la posibilidad.
De la mirada que se tornaba cada vez más tierna pasó a convertirse en una mirada sanguinaria de atención ante el enemigo.
La segunda noche le di un poco de comer. Mientras estaba en el trono veo una mosca revoloteando por los aires como si le quedara toda una vida por vivir. Pobrecita, no tenía ni idea y con el mismo machete ficticio que utilicé para el rapto, lo ocupé para pegarle bien fuerte a ese insecto de esos si que son detestables. Hasta que la dejé atontada después de rebotar contra el cerámico de la pared.
La tomé de sus alas, con el idiota cuidado de no tocarla porque se supone que a esos bichos les gusta la mierda y todo eso. Abrí el recipiente de vidrio que aún estaba por completo transparente y se la arrojé al mortal ocho pies.
En la mañana la mosca estaba viva aún. Pero no podía volar. Me imagino lo que hubiera pensado de tener algo de cerebro esas amebas andantes. Yo, en una situación semejante me suicido antes de dejarme comer por una araña que mide como 20 veces mi cuerpo. Pero cómo, la verdad es que la mil ojos estaba más cagada que el pendejo de Slumdog Millionaire cuando debe escaparse en busca del autógrafo de su estrella de cine. Y eso que ese cabro chico si que estaba cagado.
Cuando volví a mi pieza en la tarde noche le pegué una ojeada al frasco a ver que sucedía en ese ambiente hostil.
De la mosca sólo había restos, en especial un ala entera se dejaba apreciar. Había también un líquido grisáceo, medio denso, que me pareció ser los desechos del patas flacas.
Eso me agradó un poco. Como que me gustó la idea de que todos, en mayor o en menor medida, debemos deshacernos de la basura que acumulamos interiormente. Fue casi una lección de vida, memorable. Más interesante aún cuando el recipiente ya no era inoloro sino que se convirtió de forma radical en maloliente.
Debido a esa relación que hice con la araña y la mierda, al siguiente día estuvo más sola que Arturo Frei Bolívar después de las elecciones del 99.
Reconozco que yo ya había decidido a matarla, sólo me faltaba buscar la forma que cumpliera una de dos condiciones; a), muerte lo menos dolorosa posible, b), muerte lo más extravagante posible.
En la uno se me ocurrió tirarla por el escusado o aplastarla hasta reventar. En la dos el fuego fue lo primero que se me vino a la mente.
Para que no crean que soy un infeliz anti natura les debo reconocer que asesinar a mi mascota me causó levemente un aire de tristeza superficial. Pero para que entiendan la realidad, nicagando la soltaba para que por alguna extraña paradoja de la vida la muy muy me mordiera sin darme cuenta y me mandara a mejor vida con su veneno mortal.
Es como dejar libre de la cana al que mató a Hans Pozo. No, esas cosas no se hacen. Ni ahí con la compasión. Si me pueden matar, prefiero matar antes.
La tercera noche se vino una tía con su familia a alojar en esta abandona casa que compartía yo durante el día con una tropa de maestros sureños buenos para el martillo.
En mi pieza, dormiría conmigo aquella noche un estimado primo divertido como el extinto Alvaro Salas.
Le conté del arácnido y se lo mostré. Estuvimos conversando de su característica asesina que había aprendido tras mi investigación y empezamos a jugar a ponerle fuego por abajo del vidrio a ver como reaccionaba al calor.
En esos instantes me levanto a la cocina a buscar un pancito que estaba de más y cuando vuelvo, justo al cruzar el umbral de mi puerta, escucho una especie de mini explosión que me dejó atónito cuando vi en ese segundo congelado el tarro abierto en el suelo y una cara de terror en los ojos marrones del primo maldaoso.
El muy travieso reaccionó acurrucándose arriba de la cama y me miró con cara de pregunta sobre que hacer.
A la caza. Yo ya sabía que a pesar de ser unas malintencionadas las arañas éstas no eran de lo más inteligentes. Me engrupí repitiendo que yo ya tenía experiencia en el tema y mientras mi primo hacía puras tonteras sin resultados, tomé la responsabilidad del caso y con la misma estrategia que ocupé la vez pasada la encerré de nuevo en su prisión de vidrio.
Antes, cuando recién la había visto, mi compañero de habitación partió a buscarle comida al patas largas y no encontró nada mejor que una asquerosa babosa que sigue pegada en el tarro y de la cual la asesina nunca estuvo ni cerca de devorar.
Luego de la jugarreta de mi estimado familiar asumí que no había ninguna posibilidad de dejar libre al arácnido y con ojos serios e inexpresivos le dije sin decirlo que era un muerto caminando.
Hasta esta, la cuarta noche. No había tomado en cuenta al animalejo que se encontraba en el extremo opuesto de mi velador. Lo tomé, en una especie de inercia y con malicia observé una botella plástica rellena con agua.
Lo que pasó a continuación es mejor aferrarse a los brazos de la silla en la que estén sentados porque es un acto brutal de fatales consecuencias.
Le serví, la educación no hay que perderla nunca, unos tres dedos de agua al tarro como lo hago cuando tengo un vaso gordo en mi mano derecha y un siempre maravillo whisky para depositar dentro de él.
Antes de eso había arrojado en el cilindro de la muerte un pedazo de madera minúsculo, pero lo suficientemente grande para que si la desgraciada atinaba se podría haber salvado manteniéndose arriba del colorado alerce.
Tan malo no soy, aunque quería puro arrebatarle la vida a mi potencial asesino le dí una esperanza de salvarse que no aprovechó.
Cuando miré el agua tan corriente en el ya bautizado cilindro de la muerte apareció como por arte de magia ante mis ojos unas hermosas pastillas Kitadol rojo que le darían un tono escandalosamente original a lo que estaba sucediendo.
La pastilla se fue deshaciendo lentamente en el agua, mientras la araña, que sólo para que quede en el acta a mi me parece bastante bonita, hacía esfuerzos escandalosos por nadar y flotar para sobrevivir. Hasta que por casualidad se arrima al trozo de madera y se queda un par de minutos pernoctando ahí hasta que de manera suicida la ocho pies se tira un chupazón de la muerte del cual no pudo salir más.
En un momento replegó todas sus piernas a su cuerpo y formó una especie de balón, similar a cuando nosotros humanos nos acurrucamos cuando sentimos frío, algunos también lo hacen por pena o para dormir, pero eso no tiene nada que ver con esta historia.
Yo pensé que ese era el fin. La entrega al juicio final.
Pero después de ese acto de vulnerabilidad incontrarrestable la araña pareció tomar nuevos bríos y trató infructuosamente de salvarse. El pedazo de alerce estaba flotando a menos de un centímetro de sus colmillos y aún así no fue capaz de subirse en él. Lo que me hace deducir que por su estupidez su muerte estaba más o menos cantada. Nadie tan tonto merece vivir en este mundo. Aunque claro, mi mente humana también para que más imbécil al juzgar la inteligencia de un ser tan inferior en algunas características, como por ejemplo, la inteligencia misma.
Y falleció. Se hundió rendida y sin más apelación en el mar rojo del cilindro de la muerte.
Ahogada.
¿Será lo peor?
Hace unas cuatro noches encontré algo que me impactó en su minuto.
Tras una jornada normal, esto quiere decir su resto de televisión, la lectura diaria respectiva y varias horas de Internet, iba camino a mi dormitorio, más específicamente, cómo no, a la cama querida y sus sábanas tan mías.
Por supuesto, antes hay que ir al baño. Por extraño que era por estos lados, esa vez la cortina de la bañera estaba abierta y toda arrimada en el extremo derecho.
Sin pensar para nada en lo que estaba haciendo, pero que de todas formas fue un comportamiento que me trajo sus beneficios, no prendí la luz del baño y entré en él con los míseros haces de luz que entrega la lámpara que se encuentra en el closet.
Mi pieza, para que se entienda, es una suite con un walk in closet anterior al baño.
Pues bien, saco mi compadre para cumplir con las necesidades. Esto es, siempre deshacerse del líquido sobrante antes de ir a la cama.
Por casualidad miro para al lado y veo en esa tremenda fuente en la que me ducho diariamente un arácnido enorme dubitativo en su comportamiento.
El compadre de ocho patas era de unos cinco centímetros con esas tenebrosas piernas flacas extendidas.
En ese momento una peculiar mueca se posó, sin preguntarme, en mi rostro. Una cara quizá inédita. Por un lado, diabólica reinante de planes asesinos y por otra, de pavor terrorífico que dan esos seres.
En esa misma dualidad se me vino a la cabeza la araña gigante de It que vi cuando aún no me limpiaba bien el trasero y por otro, las jugarretas nada de simpáticas que le hacíamos a los pollos inocentes con mi hermano.
Me di cuenta que el animal, si se puede denominar de esa manera, no podía escalar las paredes blancas resbalosas, por lo que deducí, en un ataque de genialidad, que la muy desgraciada se había colado por las cañería y en un acto de suma adaptación superó los gruesos barrotes del nunca bien ponderado desague.
Primero me imaginé ahogándola en un mar gigantesco para ella, pero era muy tarde y a pesar de que el día hubo sido de rutina normal, estaba lo bastante cansado como para que me diera una lata inconmensurable el sólo hecho de mojarme.
Pensé entonces en rescatarla de su pesar trágico y obtener por ello una nueva mascota para querer y sentirme acompañado en este estado de agradable soledad.
Así que motivado por esta idea me dirigí a la despensa y cogí un tarro para apresar al infeliz.
Yo, muy tonto, incluso después de comprobar que el temido no tenía ninguna ni mínima posibilidad de escaparse partí corriendo a buscar el elemento carcelario y volví aún con más rapidez.
Cuando me vi con el recipiente de vidrio en mi mano derecha y su tapa en la izquierda, comprendí que en una de esas la faena se complicaría un poco.
Yo no soy miedoso, para nada, pero una araña de ese tamaño a cualquiera lo hace dudar.
Pero mi ingenio es a veces más inteligente que yo mismo y me recordó con oportunismo que había dejado un pliego de diario, que uso cuando me afeito, abajo del lavatorio entre los paños y toallas.
Lo tomé y lo doble y fijé bien los contorno para que me quedara una especie de machete súper chanta pero capaz de ayudarme en la misión.
Así que ahora dejé la tapa dorada a un lado y me encontré al frente de la tina con un tarro de mermeladas en mi derecha y un fantástico, en su definición literal, e inútil machete en mi izquierda.
El rescate fue demasiado muy más sencillo de lo esperado.
Me acerqué lo suficiente, puse la abertura del cilindro en el camino supuesto que tomaría aquel terror encarnado y con mi arma ficticia le propiné un simpático toquecito en su enorme raja que la encaminó como si hubiera sido una orden a entrar al utensilio.
Listo, tenía mascota nueva.
Pero obvio, las cosas nunca son tan fáciles porque ahí me di cuenta que iba a dejar sin aire a la pobre, aunque la verdad no sé si realmente si necesitaría de tanto aire.
Pero bueno, nuevamente fui a la cocina, abrí el cajón y toda la cuchillería lanzó un grito de felicidad por ser utilizada y tomé, el que sabe que me diga porqué, el tenedor de asados para parrillas oficiales. Ese que mide unos 30 centímetros de largo y pesa lo suficiente como para sentirlo cuando lo tienes en la mano.
Tras todo lo anterior estaba exhausto. No en realidad, pero cuando uno escribe tiene que magnificar las cosas para que las historias en cuestión no sólo sean entretenidas, sino además deben hacerte decir: Oh, conchalalora!!!.
Eso fue una exageración, pero sinceramente les reconozco que cuando me embalo tipiando las letras y palabras se forman más bien solas y funcionan mis dedos como un ente unitario con mi imaginación que por lo demás, y como han podido apreciar, no es para nada escasa.
Así, dejé el tarro con dos orificios rectangulares producidos por el metal en su tapa apoyado en la ventana. La miré un rato y si no fuera por esa sensación permanente de sentirme que me observan hasta le habría dado las buenas noches. Pero en vez de eso con simpleza la dejé y me marché.
¿Qué siútico que describo la primera despedida, no? Sí, yo también encuentro, pero así me salió no más. Mala cuea diría cualquier pelafustan chilensis.
Al día siguiente estudié minuciosamente por Internet que cresta era lo que había agarrado y cual era la marca especifica de la nueva compañera.
Resultó ser una araña rincón. Lo intuía, pero saber es distinto a creer.
Las descripciones que hacían de esta raza eran calzadas a la perfección con el arácnido del subsuelo. Su diseño, actitud nocturna y timidez ante lo humano eran idénticos.
En todo caso, según lo que aprendí en la red este animal tiene razones y no pocas para que uno quiera matarlo despiadadamente.
Primero, la que capturé debe ser la reina de los muy descarados por su enorme tamaño y en segundo lugar, en todos lados advertían que una mordedura podía ser fatal.
Listo, la muy conchesumare es capaz de envenenarme si tiene la posibilidad.
De la mirada que se tornaba cada vez más tierna pasó a convertirse en una mirada sanguinaria de atención ante el enemigo.
La segunda noche le di un poco de comer. Mientras estaba en el trono veo una mosca revoloteando por los aires como si le quedara toda una vida por vivir. Pobrecita, no tenía ni idea y con el mismo machete ficticio que utilicé para el rapto, lo ocupé para pegarle bien fuerte a ese insecto de esos si que son detestables. Hasta que la dejé atontada después de rebotar contra el cerámico de la pared.
La tomé de sus alas, con el idiota cuidado de no tocarla porque se supone que a esos bichos les gusta la mierda y todo eso. Abrí el recipiente de vidrio que aún estaba por completo transparente y se la arrojé al mortal ocho pies.
En la mañana la mosca estaba viva aún. Pero no podía volar. Me imagino lo que hubiera pensado de tener algo de cerebro esas amebas andantes. Yo, en una situación semejante me suicido antes de dejarme comer por una araña que mide como 20 veces mi cuerpo. Pero cómo, la verdad es que la mil ojos estaba más cagada que el pendejo de Slumdog Millionaire cuando debe escaparse en busca del autógrafo de su estrella de cine. Y eso que ese cabro chico si que estaba cagado.
Cuando volví a mi pieza en la tarde noche le pegué una ojeada al frasco a ver que sucedía en ese ambiente hostil.
De la mosca sólo había restos, en especial un ala entera se dejaba apreciar. Había también un líquido grisáceo, medio denso, que me pareció ser los desechos del patas flacas.
Eso me agradó un poco. Como que me gustó la idea de que todos, en mayor o en menor medida, debemos deshacernos de la basura que acumulamos interiormente. Fue casi una lección de vida, memorable. Más interesante aún cuando el recipiente ya no era inoloro sino que se convirtió de forma radical en maloliente.
Debido a esa relación que hice con la araña y la mierda, al siguiente día estuvo más sola que Arturo Frei Bolívar después de las elecciones del 99.
Reconozco que yo ya había decidido a matarla, sólo me faltaba buscar la forma que cumpliera una de dos condiciones; a), muerte lo menos dolorosa posible, b), muerte lo más extravagante posible.
En la uno se me ocurrió tirarla por el escusado o aplastarla hasta reventar. En la dos el fuego fue lo primero que se me vino a la mente.
Para que no crean que soy un infeliz anti natura les debo reconocer que asesinar a mi mascota me causó levemente un aire de tristeza superficial. Pero para que entiendan la realidad, nicagando la soltaba para que por alguna extraña paradoja de la vida la muy muy me mordiera sin darme cuenta y me mandara a mejor vida con su veneno mortal.
Es como dejar libre de la cana al que mató a Hans Pozo. No, esas cosas no se hacen. Ni ahí con la compasión. Si me pueden matar, prefiero matar antes.
La tercera noche se vino una tía con su familia a alojar en esta abandona casa que compartía yo durante el día con una tropa de maestros sureños buenos para el martillo.
En mi pieza, dormiría conmigo aquella noche un estimado primo divertido como el extinto Alvaro Salas.
Le conté del arácnido y se lo mostré. Estuvimos conversando de su característica asesina que había aprendido tras mi investigación y empezamos a jugar a ponerle fuego por abajo del vidrio a ver como reaccionaba al calor.
En esos instantes me levanto a la cocina a buscar un pancito que estaba de más y cuando vuelvo, justo al cruzar el umbral de mi puerta, escucho una especie de mini explosión que me dejó atónito cuando vi en ese segundo congelado el tarro abierto en el suelo y una cara de terror en los ojos marrones del primo maldaoso.
El muy travieso reaccionó acurrucándose arriba de la cama y me miró con cara de pregunta sobre que hacer.
A la caza. Yo ya sabía que a pesar de ser unas malintencionadas las arañas éstas no eran de lo más inteligentes. Me engrupí repitiendo que yo ya tenía experiencia en el tema y mientras mi primo hacía puras tonteras sin resultados, tomé la responsabilidad del caso y con la misma estrategia que ocupé la vez pasada la encerré de nuevo en su prisión de vidrio.
Antes, cuando recién la había visto, mi compañero de habitación partió a buscarle comida al patas largas y no encontró nada mejor que una asquerosa babosa que sigue pegada en el tarro y de la cual la asesina nunca estuvo ni cerca de devorar.
Luego de la jugarreta de mi estimado familiar asumí que no había ninguna posibilidad de dejar libre al arácnido y con ojos serios e inexpresivos le dije sin decirlo que era un muerto caminando.
Hasta esta, la cuarta noche. No había tomado en cuenta al animalejo que se encontraba en el extremo opuesto de mi velador. Lo tomé, en una especie de inercia y con malicia observé una botella plástica rellena con agua.
Lo que pasó a continuación es mejor aferrarse a los brazos de la silla en la que estén sentados porque es un acto brutal de fatales consecuencias.
Le serví, la educación no hay que perderla nunca, unos tres dedos de agua al tarro como lo hago cuando tengo un vaso gordo en mi mano derecha y un siempre maravillo whisky para depositar dentro de él.
Antes de eso había arrojado en el cilindro de la muerte un pedazo de madera minúsculo, pero lo suficientemente grande para que si la desgraciada atinaba se podría haber salvado manteniéndose arriba del colorado alerce.
Tan malo no soy, aunque quería puro arrebatarle la vida a mi potencial asesino le dí una esperanza de salvarse que no aprovechó.
Cuando miré el agua tan corriente en el ya bautizado cilindro de la muerte apareció como por arte de magia ante mis ojos unas hermosas pastillas Kitadol rojo que le darían un tono escandalosamente original a lo que estaba sucediendo.
La pastilla se fue deshaciendo lentamente en el agua, mientras la araña, que sólo para que quede en el acta a mi me parece bastante bonita, hacía esfuerzos escandalosos por nadar y flotar para sobrevivir. Hasta que por casualidad se arrima al trozo de madera y se queda un par de minutos pernoctando ahí hasta que de manera suicida la ocho pies se tira un chupazón de la muerte del cual no pudo salir más.
En un momento replegó todas sus piernas a su cuerpo y formó una especie de balón, similar a cuando nosotros humanos nos acurrucamos cuando sentimos frío, algunos también lo hacen por pena o para dormir, pero eso no tiene nada que ver con esta historia.
Yo pensé que ese era el fin. La entrega al juicio final.
Pero después de ese acto de vulnerabilidad incontrarrestable la araña pareció tomar nuevos bríos y trató infructuosamente de salvarse. El pedazo de alerce estaba flotando a menos de un centímetro de sus colmillos y aún así no fue capaz de subirse en él. Lo que me hace deducir que por su estupidez su muerte estaba más o menos cantada. Nadie tan tonto merece vivir en este mundo. Aunque claro, mi mente humana también para que más imbécil al juzgar la inteligencia de un ser tan inferior en algunas características, como por ejemplo, la inteligencia misma.
Y falleció. Se hundió rendida y sin más apelación en el mar rojo del cilindro de la muerte.
Ahogada.
¿Será lo peor?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)