A veces las experiencias son impredecibles.
Uno hace y deshace, pensando que tiene todo bajo control.
Que en el peor de los casos cabe la represión máxima. Esos momentos, para mí,
son cosa poca de contextos específicos.
Este era uno de esos. El primer pensamiento es invitar a una
reina. Reina llámese a estas mujeres que nos revolucionan, de esas por las que
uno daría todo y que paralelamente, ellas lo saben. Lo saben desde una
perspectiva de control. Es casi un paralelismo diferenciado.
A veces uno invita a la reina porque es la mujer que nos
permite movernos con la misma libertad. Una reina es la mujer que aprecia el
detalle y si no lo haces te lo va a hacer notar. Reina es la que puedes
abandonar a su suerte siempre que tenga algún hilo que sostener y
eventualmente, poder tirar. Es preciso considerar que un ocasional problema con
las reinas es que a veces es uno el que las busca y se pasea alta vista y ojos
abiertos a ver si por ahí aparecen, pero eso no es regla.
Y a veces calzan las reinas del demonio, es posible que te
tomen desprevenido. Estas son las únicas que representan una figura. Son esas
que parecieran cargar con tus fetiches como un hábito de la rebeldía a
estándares costumbristas. Son esas que rosas con las mejillas y la sensación es
similar a la presión del nervio principal de la columna vertebral y así como un
soplido de aire helado tu cuerpo tirita, absolutamente desligado de la razón.
Hay gente que cree que nos formamos, hay otros que creen que
nacemos predefinidos. Yo creo que no es ni una ni la otra. La cosa es simple,
venimos preconfigurados, pero a ese sistema puedes meterle el programa que
quieras.
Y aquí radica lo peor. Hay entre todas las reinas, una de
pocas influyente como ninguna. No necesitas que todo sea como una película de Richard
Linklater. No necesitas que la circunstancia sea perfecta. Tampoco necesitas
que su consideración esté 100% de tu lado. Son esas reinas, esas reinas las que
nos cambian la vida.
No es que sea una en el infinito y como mito del misterio de
una media naranja solo hay una para ti. Solo una en el universo. Eso no existe.
No es real. Pero de dos cosas estoy claro. Primero es que pueden pasar años y
siglos sin llegar a encontrarte con una de estas reinas preciadas, de las especiales.
El otro, es que puedes haber conocido a varias en tus años y por medio de
miedos, inseguridades, formalidades u otro tipo de estupideces no jugaste como
es debido y la ves perderse en un infinito sin memoria.
Pero ahí. A veces, como un regalo, algo te dice y lo sabes; estas
con esa reina. Es su sonrisa que te maravilla, son esas actitudes que
sorprenden, es el no tener ojos sino corazón, es el tener contactos y sentir
como tus poros inquietos se inclinan a su piel. Son sensaciones bien
especiales, son extraordinarias.
Y que haces cuando de la nada surgen dudas no resueltas,
surgen problemas que no existen y barreras que no vemos y que no están ahí.
El problema de los tipos como yo es que creemos en el amor.
La pasión es motor en nuestra vida. Somos catalogados de locos en muchas por
ver más (otras por ver menos), pero definitivamente nunca somos ese soldadito
de plomo que quieto se relaciona con el mundo.
Es una visión difícil de entender. Para nada accesible. Comprendo
cuando no comprenden. Para mi es natural.
Yo soy de esos que toma su mano y lo siente. Siente su
aliento y lo intento tragar, como si en un buen sentido y mágicamente proyectado
absorbo. De esos que ven sus ojos y ven estados. Es un vínculo, quizá
imaginario, quizás artificial. Pero los tipos como yo necesitamos a la reina
para general el vínculo. Y esa reina, cuando la vemos, lo sabemos, es atípica,
menuda y nuestra. Y queremos todo para ellas. Y esperamos todo de ellas.
Esperamos que sientan como nosotros y que se alegren de nuestra sorpresa.
Que se rían de tus errores, y este punto es principal,
siempre, una de las mayores virtudes de nuestra reina es que su risa es una
melodía de metalófono. Suave, a momentos explosiva, es una risa que dan ganas
de abrazar para disfrutar y quizás poseer. Es una risa que entra en nuestros
oídos como la canción de las golondrinas que no escuchamos. Pero el sonido está
ahí. Uno lo siente. Uno lo sabe.
Oh si. La risa es especial. No hay mayor afrodisíaco que una
risa espontánea y natural de nuestra reina. Es como la trompeta de coronación en
la edad o la conmemoración. Identificamos el sonido, lo retenemos durante un
momento y luego sacas conclusiones.
Ellas, esas reinas. Un poder. Vulnerable a nada soy, pero que
toquen a mi reina y que no me hablen. Uno quiere atrapar lo que expresan sus
labios y gestos. Uno se entusiasma con ese juego. Incluso pasa que ella habla y
ves como las comisuras de sus labios se moldean, finos relieves en un rojo que
ilusas sentir. O eso es lo que uno imagina. ¡Pero es que es la reina! uno se
repite.
Es ataca o morirás.
Lo peor es cuando la reina no entiende todo lo bello que es
el escenario. Y dudan del poeta porque no es como debería ser. Y dudan del
poeta porque tan bonito no puede ser. Y dudan del poeta porque les han hablado
de esfuerzo incansable. Dudan porque pasa que no entienden el fenómeno. Dudan
porque muchas veces sueñas con el príncipe galopando, mientras el indicado
llega a pie con harapos idealistas y un ramo de rosas.
Una vez me recomendaron que si ella no entendía, no estaba
preparada y había que dejarla ir. Las mujeres tienen vidas ocultas,
contradicciones subterráneas. Vidas llenas de recuerdos y hábitos, de mensajes
y proyecciones. Pero uno que está ahí
parado, en presencia de, lo sabe. Y
quieres tomarla de la cintura y masajearle la nuca.
Solo necesitas su aceptación y el cuento de buenas noches
sería besarle la punta de la nariz.