3/13/2017

Impresionante: La pereza del chileno

Iba yo feliz y apurado a tomar el metro. Se veía gente alrededor y un tránsito un poco mayor al usual. Iba a tomar el tren partiendo desde atrás, por la terminal estación de Los Domínicos. 

Entrando por esas modernas cuevas del transporte, me veo enfrentado a la decisión en mi descenso a la boletería; si tomar escaleras mecánicas o las escaleras simples.

Las escaleras automáticas eran las preferidas por la gente. Aun cuando era un descenso, las personas se apretujaban y empujaban por un par de centímetros cuadrados sobre el metal que avanzaba solo. La cola, salía a la vereda peatonal.

En cambio, nadie, ni una sola alma bajaba por las escaleras normales, de esas que usamos los comunes y corrientes. En lo personal, yo las prefiero por dos motivos; son el mínimo ejercicio diario y reniego a las masas, sobretodo cuando mezclarse con ella es un acto intrascendente.

Pues bien, comencé mis pasos en la escalera. Yo las bajo como saltando. Me fijé en un tipo que estaba paralelo a mí, pero en la mecánica. Desde el inicio, como una competencia. Cuando yo ya había pisado suelo seguía en la mitad del trayecto. Mirando hacia arriba, la escalera sencilla había sumado un par de comensales, mientras la electrónica seguía abarrotada.

No pude encontrar una explicación solo que el chileno prefiere sentir la tufeta del prójimo y manos ajenas por todos lados por sobre bajar unos cuantos escalones con sus piernas. Impresionante.

3/07/2017

El Dictador

Un viaje fallido. Avión cae en selva centroamericana. Gobierna un dictador. Soldados rescatan a los sobrevivientes y los muestran al pueblo como actos de voluntad política. Entre los sobrevivientes están dos hermanos. A todo el grupo lo denigran con trato esclavista. Los desafían a competir para vivir hasta que llega la gran prueba. Es a muerte. Hay que pasar por pantanos, muros y una plaza minada para cerrar con una pelea vital que proclame el ganador y que sería ascendido como asesor del dictador. Los siete pasaron el pantano. Uno murió en el muro al caerse y golpearse la cabeza de rebote mientras caía. Otros dos murieron en el campo minado. Los dos cayeron por la misma pendiente que los esperaba desde su base en el subsuelo. De los 4, había dos hermanos de aproximadamente 30 años, más una mujer más joven y preciosa aún con los harapos y el rostro camino a desintegrarse. Un hombre mayor de unos 50 completaba el cuarteto. Quedaban dos pruebas; la corrida por la presa y el combate mortal. En la de velocidad los jabalíes estaban sostenidos desde atrás. Hace dos semanas, desde la caída del avión, que no eran alimentados. Estaban hambrientos y se lo rugían a cualquiera. Cuando comenzó los soltaron.  El primer impacto fue cuando ella cayó y los hermanos organizados se devolvieron a levantarla. La punta la llevaba el mayor, que poco a poco se cansó, fue cediendo terreno hasta ser superado por los familiares y finalmente por la dama hermosa. Un jabalí malintencionado le mordió el tobillo y el hombre cayó, muriendo devorado por otros animales sin piedad. Los tres restantes llegaron a la meta. Les pusieron unos guantes de boxeo y refregaron a cada uno la cara con una esponja áspera. Llena de tajos y raspones la de ella relucía con el brillo espejo de gotas de agua contra el sol. Los hermanos se miraron desconsolados. Uno la sostuvo desde la cintura hacia abajo, el otro parado detrás la ahogó. Ambos dejaban que lágrimas gruesas recorrieran sus contornos. Devastados soltaron el cuerpo imberbe. Las rodillas golpearon el suelo y de frente con los senos como escudo el cadáver se desplomó. Un silencio de un segundo. Los vítores de una audiencia morbosa callaron. El dictador no dio pie y mandó a su capitán a que con sus uniformados encerraran a los hermanos obligándolos a batallar entre ellos. A cada grito los militares avanzaban unos centímetros con sus lanzas pulidas por delante. Cada paso sacaba un grito eufórico del público. Los hermanos no se inmutaron. Con ojos reventados se decían todo. Los labios les tiritaban pero no emitían sonido. Les valió unos ocho pasos hacia el centro para atravesarlos con las armas. Juntos, con la base de fierro desde la espalda de uno pasando por el estómago del otro, el mismo fierro. Los ojos se apagaron como una vela en ventisca. El tumulto quedó expectante. Aquel nunca supo que eran hermanos y que los afectos son más fuertes que el dolor.

3/06/2017

La hipocresía desconocida

Suelo discutir de política con una persona en especial muy importante en mi vida. Yo, desde mi parcialidad, le recrimino ese vendaje transparente que tienen ciertas personas para negar lo obvio y defender posiciones ilógicas.

Pero en mi análisis, he olvidado un tema clave de la política; la representación. 

Aun con los años transcurridos, no puedo entender que esta persona defendiera a Pinochet como probo y honesto cuando ya se había explotado el caso Riggs, ni cuando tiempo después los detenidos desaparecidos y el violento régimen militar quedaron al desnudo mi contraparte seguía en el escalón dos; negación.

Hoy, Andrónico Luksic, el hombre más rico y poderoso de Chile está de moda por su participación en Caval y en Alto Maipo, por su conflicto con el diputado Gaspar Rivas y recientemente, por su video en Youtube o su entrada a Twitter.

Se hace difícil conversar con esa persona -fenómeno espejo de los fanatismos- que le entrega una inocencia, veracidad y respeto a este señor Luksic, casi, en un ingenuo estado per se. No creo que sea un delincuente, pero si ha sido responsable de mucho y negar eso, es partir el foco en la vereda equivocada.

Como dice Mosciatti, el error de Luksic no fue recibir a Natalia Compagnon, sino darle el crédito. Su error fue meterse en Alto Maipo, un proyecto altamente cuestionado desde el principio y después salir con una serie de argumentos económicos que no se condicen con la realidad. Su error es negar hechos y amistades que ya están comprobados. Su error es cambiar su imagen como si fuera una prenda de ropa. Con detalles, dejemos al experto. Mi tocayo habla de Luksic acá, acá y acá. En ellos, explica mejor que yo por qué hay derecho, de al menos, a cuestionar al Sr. Andrónico.

¿Por qué todo eso? Pues bien, el dinero da poder y el poder una responsabilidad. Si juntas todos los empleados que tiene el grupo Luksic son miles de miles y este puro clan es aproximadamente el 5% del Producto Interno Bruto (PIB). Su influencia en lo que sucede en el país es importante, con muy pocos actores de un peso algo similar; Mario Kreutzberger, Agustín Edwards, Eliodoro Matte, Ponce Lerou y Sebastián Piñera, principalmente.

Y es que, esta gente, de la que hablo al principio, inconscientemente defiende lo que les es propio. No es un comportamiento razonal, sino más bien una respuesta natural de identificación. Ellos defienden a pesar de contradecir su discurso porque no lo hacen por los hechos, sino por sentimientos. Es un paralelo de verse en la misma.

3/04/2017

Carlos se preguntó

Mario se levantó despacio. Con sus manos sucias resbalosas y empolvoradas se limpió su rostro moreno, muy peculiar por una cicatriz que recorría su frente sobre su ceja izquierda más su oreja derecha rota, con un hueco al aire, su rostro derrochaba carácter. 

Miró hacia arriba y se pegó una pestaña. La luz era intensa y profunda. Suficiente para causar una leve molestia en sus ojos cansados que regresaban del absoluto.

Comenzaba su rutina diaria de recolección. A su izquierda los automóviles pasaban a altas velocidades cuando la verde se imponía, pero cuando llegaba el turno de la roja las filas de los parachoques se sucedían casi pegados unos con otros. Aunque no era práctica habitual, solía observar al interior, a través de los cristales, preguntándose de la vida de los pasajeros mientras armaba historias en su cabeza que jamás eran contadas.

Aquel día era pleno invierno. Hacía frío y se anunciaba lluvia. Su aliento parecía humo y se esfumaba al instante hasta desaparecer. Él tiritaba y prendió un cigarrillo de los fuertes, -me quedan solo dos y mi próxima compra será dentro de 14 días-, se lamentó, pero cuando se lo colocó en la boca asumió su decisión. Se alegró.

Desde su perspectiva, los peatones se veían como hormigas gigantes bajo el techo transparente de la instalación. Cada vez que un microbus se acercaba al paradero se oía un rugido desagradable, por ello, era común el estirar sus manos a la cara para alcanzar sus oídos en el intento de bajar algo el volumen.

Aspiró la última bocanada aún sentado y lanzó la colilla al cemento. La vio caer y rebotar.

Su colchón ya estaba duro, pero era suyo, lo único que poseía. Y su carro, abajo amarrado con una pitilla roñosa. Un cordel que reutilizaba cada vez que caía la noche y se disponía a dormir.

Su día esta vez tendría una sorpresa no menor. 

Ya eran las 11 de la mañana y el clima inclemente persistía al mando. Caminaba con un ritmo parejo y una expresión regular. Seguía con la cara manchada y sus manos negras. Recogía mucho de lo que encontraba hasta que pasó lo inevitable. Para algunos se llama destino.

En una maniobra extraña y riesgosa por el hielo que se había acumulado sobre las calles, un nissan v16 negro le pegó de frente a unos ochenta kilómetros por hora. Bastante impacto para que el hombre diera un brinco involuntario y cayera dos metros como un muñeco.

La gente comenzó a gritar y uno a uno se replegaron los que andaban en el lugar en el momento del accidente.

Cuando despertó estaba en un hospital. Mucho blanco brillante se veía a su alrededor y otros dos compañeros de habitación, al lado, en sus camas. Le dolía todo y no podía moverse. Tenía máquinas conectadas y un respirador.

Trató de hablar, pero sentía como si una espada lo atravesara. Una espina que pinchaba a cada esfuerzo su cuerpo a maltraer. Con esfuerzo, el sonido salió de su boca:

- mi carro-. Eran palabras que se interpretaban. Un mensaje que se decía sin claridad y se perdía abandonado a su suerte, desatendido.

Mario repitió:

- mi carrito-. Un suspiro pudo realizar. 

- Y mi colchón-. Su corazón empezó a latir con mayor fuerza y velocidad. Le dolía cada vez más. Como un alto de funciones sintió cuando los pulmones ya no renovaban el aire y tras conseguir levantar el índice unos centímetros, su ritmo cardíaco se detuvo.

Nadie supo quien era. Ni su procedencia ni su vivienda. Ningún documento tenía en su poder. Su colchón se quedó como parte de la decoración del barrio arriba del paradero. Su carro confiscado se olvidó.

Su vecino y único amigo verdadero, Carlos, con los años, se preguntó el destino de su compadre, ingenuo del accidente que lo había separado de la única persona con la que había entablado una conversación de más de quince minutos.