12/09/2008

¿Por qué soy culpable?

La vida se trata de la interpretación que hacemos en nuestro interior con ese mundo que percibimos.

El mundo como tal es uno solo y el cuestionamiento de la existencia de la verdad viene de esa interpretación que nosotros hacemos de él, pero nunca se trata de la mera interpretación y lo que sucede es que a esa interpretación de la realidad nosotros mismos hacemos nuestras propias lecturas, relaciones y conjeturas.

A los 13 o 14 años yo me perdí en la micro. Me la tomé para el lado equivocado, cargado de ingenuidad y cubierto por una burbuja que ese día rompería. Con preocupación veía como barrios conocidos iban quedando atrás y luego con llanto observaba un entorno que yo veía por completo desconocido y, como se nos enseña en consecuencia, con temor.

Ese día tuve que llamar a mi madre, a rienda suelta de lágrimas y angustia. Me sentí tan estúpido, vulnerable y débil que decidí desde ahí nunca cargar con aquellos defectos o debilidades.

Cuando tenía 18 ya no cargaba con esa ingenuidad, pero si una inmadurez profunda.

Detesto el término madurez porque se refiere a un proceso de una fruta, que se planta, crece, cosecha, madura y muere. Se come, o sea, su finalidad se lleva a cabo cuando está madura. En cambio, la madurez no es parte del proceso del hombre. El hombre como especie es evolutivo, no madurativo. Pero bueno, son sólo parte de las interpretaciones y como las pegamos en nuestras vidas.

En segundo medio me pasó otro hito de los que enseñan. Un profesor, con muy buenas intenciones, pero poca experiencia, plantea la opción de dividir el curso en tres grupos y realizar un paseo con cada uno para que los compañeros se conocieran entre ellos.

En segundo medio yo era engrupido y alumbrado, arrogante, petulante, coloriento e inseguro. Mi personificación en ese momento era patética.Nuestro grupo era mayor de lo normal. Todos de hecho querían estar en él. Y se hizo una votación para cambiar a dos, los dos que causaran más rechazo. Si hablábamos de grupo, yo era de los fundadores y si hablábamos de cierta identidad tenía mucho que ver con la historia que enlaza a unos pocos y a la que se sumaban muchos.

Ganar o perder, la votación la perdí yo. Mis amigos me habían traicionado. Así lo sentí. 

Hasta el saludo les quité en una primera etapa. Después un simple rencor dañiño con la venganza en la retina.

La pasé mal. Me acostumbré a vivir en un mundo de cierta manera irreal. Mi interpretación del real no me satisfacía para nada. Me quedé navegando en esa nube por años.

Anteriormente siempre había creído en la potencialidad de la amistad, como lazo elegido y no heredado, como lazos sin fines sino puro camino.

El golpe fue demasiado y desde ahí que todas las amistades las pongo a prueba, las cuestiono, espero cosas de ellas, me lleno de expectativas que luego dan resultados diferidos, muchos decepcionantes.

Aunque si lo coloco como ejemplo, la verdad es que desde aquella pubertad he vivido desde ahí en un estado realmente inestable entre un mundo ideal, fantástico e utópico y el mundo real, el que creo con sinceridad que es un absoluto desencanto.

Cuando comencé cuarto medio tenía que prepararme para la PAA. Maldita prueba y que manera más sencilla de generar odio gratuito.

Luego de darla y ver el tema de las inscripciones me bajó un haz de luz que me llenó de motivación; entraba a estudiar Bachillerato en Filosofía que en realidad eran los dos primeros años de Filosofía. Esa universidad fue un extraño llamado de atención. Ya estaba mi hermano en ella, me inscribí con mi mejor amigo de la época, otro viejo conocido con antecedentes impresionante era compañero y varios más de este grupete de alumnos traviesos, de esos que pasan en la oficina del director. Los que le hacen difícil la crianza a los padres. Los que se rebelan a aceptar que vivir es repetir.

La tentación fue mucha y mi incapacidad para renegarla mayor. Ese año a nivel de resultados fue un intenso grito lastimero con eco repetido.

Cuando salí del colegio tenía que tomar decisiones. Aún con la total incapacidad para realizar ese paso, pero bueno, tenía que decidir. Algo hay que hacer. Estudiar o trabajar. 

Algo hay que hacer. Yo no tenía idea qué. De hecho, no tenía ni la menor idea de las opciones reales y el contraste de las románticas.

Lo único que tenía claro para esos años era que no era católico y que era reacio a la ética protestante, con su discurso de dignidad en el trabajo. Más me autodestruía cuando analizaba como el utilitarismo, la rentabilidad y la trivialidad eran las características formadoras de juicios, necesidades y exigencias sociales.

Desde que descubrí que escribir me entretenía y que además lo hacía bien he soñado con una vida simple y sencilla fuera de los tambores grandilocuentes que se exigen hoy en día.

Desde que vi “El Cartero”, que por cierto eso también ocurrió por aquellos años, que me he imaginado a la orilla de una caleta, con un pc frente a mi pecho y el ruido del mar entrando por mis oídos. Por estética y por una profunda identificación con la idiosincrasia respectiva siempre pensé que mi lugar era Italia.

Si hubiera sido elección real mía yo nunca me hubiera metido a estudiar. Nunca. Me martiria el solo pensar que una carrera universitaria es necesaria para vivir. Yo soñaba con una peguita normal, que no me matara, en fuerza, ánimo y tiempo y compatibilizarla con extensas lecturas y escrituras trasnochadas a la luz del velador y de la vista expandida de las estrellas.

Me metí a estudiar cometiendo el que debe ser mi mayor error; hacerlo sin creerlo.

Me metí a estudiar porque escuchaba a moros y cristianos hablando que sin título no se podía vivir, que la universidad era un paso necesario para la independencia y con el doloroso estigma, creíble hasta cierto punto en algunas ocasiones, de que hay una forma de vivir esta vida y ésta es la que heredamos de nuestros padres.

Yo amo a mis padres. Amo a mi familia más que nada en el mundo, me gustaría poder demostrar eso. Amo la bondad de mi madre, su escudo frontal de dialogo y amor. Amo la lealtad de mi padre, su ética, su sencillez. Amo también una característica que comparto con él; la dificultad para vivir normalmente este mundo. Amo a mis hermanos, a cada uno en lo suyo. Amo a mi hermano mayor, un desorden en la portada que página a página se ordena. Amo a mi hermano menor y su preocupación por el resto y buenas intenciones. Amo a mi hermana menor con la que me cuesta llevarme según muchos por nuestras semejanzas. Y amo a la menor de todos, por su espíritu inquieto y el ímpetu de ir más allá.

La verdad es que mi ambición nunca ha sido ser el mejor. Sinceramente nunca he sentido eso como una necesidad o algo semejante en mi vida. Ser el mejor siempre me ha parecido cuento ajeno. Cuento de otros. Y me parece bien para el que quiera, pero imponerlo es una condena.

Creo además, que muchas pestes de esta era son producto del entorno en el que hacen vivir a cada niño que se enfrenta al mundo, un mundo donde, repito, lo más importante es la rentabilidad, (cuanto te genera), la trivialidad, (mientras más intrascendente mejor) y el utilitarismo, (nada es gratis).

Incluso,  creo en la vereda opuesta, a tomarle el gusto a respirar, vivir en el disfrute, en armonía, con calma,  tales características son incompatibles con la competencia desmesurada e imponente de hoy en día.

La universidad me cuesta, al parecer, más de lo normal. Creo que por una cierta tendencia a dudar de la autoridad y una creencia arraigada de que la vida es en cierta forma un tablero, donde lo que más importa es nuestra capacidad para movernos de manera adecuada en él. Creo esto aún cuando reconozco ser, posiblemente, el peor jugador en ese tablero.

Mi padre siempre nos ha repetido que hay que terminar. Como esos mensajes que no se olvidan nunca, como esos mensajes que actúan a niveles inconscientes incluso en nuestra rutina.

Fue por ese mensaje que siempre remé para terminar la universidad. Nunca he tenido la facultad de mirar hacia adelante, visualizar mi futuro, esperar algo de la vida y pelear por los deseos. La improvisación en la vida es la herramienta que más me gusta, pero este mundo la prohíbe, la condena y la castiga.

Como toda mi vida universitaria me encontraba haciendo algo con disgusto y de mala forma, nunca fue período de calma hogareña. Eso además se sumaba a constantes amenazas paternales; que no me la paga más, que hasta cuando con el derroche, que proyéctate, que explota tu tiempo en laborar, que eres flojo, cínico, abusador, mentiroso, etc. etc.

Mentía por notas y evitaba ir a las clases intrascendentes. La comunicación en mi casa obligó de cierta manera a la creación de bandos, o, más que bandos, a personajes dentro de bandos.

Mi padre se disfrazó de hombre de rigurosidad militar. De tono rudo y presencia enojada.

Mi madre en la que conecta todo. Calla mucho, acepta demasiado y acepta inaceptables.

Yo en el autista. Distante, esquivo, inalcanzable. Flojo, ahora lo digo tontamente, casi como un deber.

No lo pasé bien en mi vida universitaria. Y la verdad es que rescatando momentos familiares, íntimos y algunos amistosos la vida no me ha parecido en absoluto placentera.

Creo que los años universitarios se contaminan, a parte por nuestros propios errores y actos humanos, por el sobre valor que se le da a la Universidad, convirtiendo la carrera en el eje de toda la relación.

En mi casa era hasta divertido, todo el año la tensión, las reacciones y descalificaciones se dejaban estar con protestad. Todo el año las peleas eran comunes y corriente y las diferencias se potenciaban. Sin embargo, cuando llegaba el verano, nos pasábamos un mes entero juntos y la realidad era completamente distinta. Sin las preocupaciones y las presiones de la urbe y académicas -pero principalmente sin el eje del rendimiento- la convivencia era del todo plácida y excepto conflictos muy menores, ese mes de veraneo era por lo general pura alegría y risas.

Hace bastante tiempo que creo que lo más importante para mí debo ser yo mismo. Y trato de ser consecuente con esa idea. Planteamiento que con los años he ido confirmando, no por su éxito, si no por la abundante divulgación que he presenciado.

Se supone que lo principal es uno mismo porque estando uno bien, tiene toda la facultad para hacer el bien con los otros y en su entorno. Sin embargo, a mi en lo personal el darme preferencia no me ha llevado a más que peleas con mis pares y discusiones familiares.

No sé, por mucho que lo piense, porque me sucede esa contradicción. No sé porque una gran parte de lo que yo creo bueno en el ambiente me dicen que es malo. No sé tampoco porque el mundo social en general tiene aprehendida la hipocresía y el cinismo.

Yo me esfuerzo por hacer lo mejor. Aún cuando cometa permanentes fallas en mis formas, creo que por lo común mi timón ha sido el correcto. No le deseo mal nadie, ni me da envidia el éxito ajeno, ni abarco para mi lo que le corresponde a otros. No tengo mayores ambiciones económicas, solo no creo en el esquema nacer, crecer, estudiar, trabajar, jubilar, morir. Un esquema impuesto.

¿Soy culpable por cuestionar y no llegar a una solución?. ¿Por darle tiempo a reflexionar y no a ganar?, ¿soy culpable por querer estar y no querer ir?.

Siempre me he sentido culpable. ¿Por qué soy culpable?

11/04/2008

Sr. Título y el fantasma

Yo estudio periodismo. Que noticia, ¿no?

Pero escribiendo en serio, aunque nada lo sea tanto, pero en la simple para evitar el ruido caligráfico, se prosigue.

Hay en todo texto un elemento en específico que tiene una relación especial con una parte importantísima de cualquier escrito. Es su rostro, es la fotografía y el currículum de lo que se leerá a continuación. Esta figura tan importante es, como deben suponer, el famoso Título.

Conversando con un compañero menor desarrollamos ampliamente el tema. En lo primordial, el cuando era indicado situarlo.

Excluyendo la responsabilidad que el tipo que comunica tiene para atraer al lector, sin decir mucho, pero diciendo algo, el título tiene un procedimiento de elaboración multi teórico.

Así, el tema con mi compañero se llevó a el cómo lo hacía cada uno para escribir el título. 

Si comenzaba por éste o sólo lo colocaba al final. No faltó el “a veces” se me ocurre entremedio de lo hecho.

Y yo la verdad es que no podría decir nada al respecto. Nada concreto.

En algunas ocasiones yo escribo la columna a partir del título que es lo primero que se me ocurre, otras, como es obvio y repetitivo en este mensaje, sólo se me ocurre al final. Incluso me pasa que termino con el punto final y no sé como nombrar lo escrito.

Eso último es una verdadera lástima, principalmente para un personaje como yo que se jacta, más en proyección utópica que en una realidad palpable, lo creativo que soy y lo bien que escribo. 

El reglamento nos dice que nadie puede piropearse a sí mismo, sin embargo, yo creo con fidelidad que el primero que debes gustarte es tu mismo. Pero bueno, para variar pierdo el hilo mientras escribo. Es que lo que me pasa es que yo voy tipiando mientras las cosillas se me vienen a la mente y son escritas de inmediato sin proceso de filtro o algo semejante.

Pues bien, volvamos a los títulos.

Me terminaron preguntando por una recomendación y yo dije lo más tonto y sencillo que se puede aconsejar para el caso: pon lo primero que se te vaya a la cabeza.

Y eso es, de eso se trata. Si nace antes, al medio o al final, da exactamente lo mismo. El título debe ser la síntesis máxima del mensajes que deseabas expresar cuando escribiste lo que se mecanografiaba.

Y como mucho en esta vida esta el ángulo divertido. El compañero en cuestión no existe, pero ante la falta de alguien que me siga la idea lo mejor es crear a quien nos dirá lo que esperamos escuchar.

11/02/2008

Contaminantes

Hay personas que contaminan.

Así, literal.

No en el plano concreto de la vida, sino el abstracto, el que no vemos, pero sentimos.

Hay quienes aún sin decir nada, apenas cuando entran en algún lugar se siente su presencia y generan vibras que por lo común, nadie quiere.

Son de aquellos que de la nada producen consecuencias negativas.

Uno puede estar feliz y llegar alegre a alguna parte, pero no falta que el primero que te saludó es uno de estos personajes y con ello instantáneamente se te borra la sonrisa del rostro y tu expresión se vuelve neutra, más fría, reservada.

Me encantaría tener la capacidad que eso no me afectara. Dejar ser, indiferente a ese como sean y no dejarme penetrar por emociones que no me corresponden.

Como dije, a veces no necesitan ni la palabra. Es su presencia, que como un manto bañan al aire presente con ese dejo de desagrado. Lo peor, es que al parecer esta capa tiene la facultad de expandirse y abarcar, gradualmente, más y más atmósfera.

Siempre se me ha comentado mi intolerancia. Y la verdad es que si yo tuviera la capacidad de dejar pasar, no enganchar con este fenómeno, no tendría mayores inconvenientes para dejar esa característica de lado y fuera de la temática de mis tonteras.

Por el contrario, como no tengo tan preciado talento, si no soy relativamente intolerante, me contamino yo mismo y eso si que me parece de raíz, mal.

Por lo anterior, hago un mensaje a cada uno de nosotros que vivimos en el mundo bajo un entorno; es menester tener cuidado con nuestros estados anímicos y nuestros canales de expresión, así como es necesario reflexionar y analizar si uno es de este tipo descrito. 

Porque se me olvidó aclarar, que esto nos pasa a todos una que otra vez, pero hay otros para los que esta forma de comportamiento ya es parte intrínseca de su personalidad y ni lo saben.

Y si es así, mejora. Trabajarse cuesta. Pero tu persona es tu vida, es territorio personal y por tanto responsabilidad propia, en cambio, el ambiente es de todos y lo justo es apelar a la limpieza como principio básico de la convivencia.

10/26/2008

Planes, a veces, inútiles.

De a poco, en la noche, comenzó un giro inesperado.

Uno se ilusiona cuando le dicen una cosa como esa. Aguarda un acontecer magnánimo digno de ser registrado en una historia embellecida con palabras sorprendentes.

Pero no, el caso es otro. La sencillez se vuelve maravillosa y puede superar a los hitos en las emociones que generan y en los notables momentos que entrega.

Hace un tiempo las juntas se hicieron una práctica común. Al principio fueron risas o conversaciones entre vicios. Después, nace una nueva motivación. El cine toca el timbre.

Y la primera vez fueron solos, pero evolucionaron a un interesante cuarteto de primos.    

Ocasiones hubo varias, obstáculos también. Se rescata que la ambiciosa idea ya había sido instituída en sus mentes; fundar una tradición familiar.

Gracias a una de estas buenas alianzas comerciales -en este caso entre un diario y los cines- tenían acceso a una promoción que con su bajo costo colocaba las entradas a un precio de fácil acceso.

La oferta era atractiva, en especial para ese grupo, en su totalidad dependiente de autoridades sustentadoras; “la vida del universitario”, como instauró en el inconsciente colectivo una marca hace unos años, refiriéndose a este rodaje constante del estudiante con buenas ganas, pero siempre escaso de lucas.

Como ya conté, la primera vez fueron solos. Uno, un occidental atípico dentro de lo común y el otro, moreno, corriente dentro de lo exótico.  La segunda vez se integró la prima artista; enérgica de risa espontánea. Por ahí se sumó el hermano mayor del otro, caso peculiar indefinible que yo recomiendo no interpretar.

Una noche, trazando planes para la realización de la costumbre, unos trámites volátiles atrasaron la actividad, el clásico retraso de estas transferencias económicas marcaba presencia. El tiempo se les escapó y con él, la oportunidad de asistir a esa simplemente gran diversión que es el cine.

De vuelta de la diligencia, en el auto camino a los hogares, en absoluto acuerdo y plena sincronía deciden que ninguno quiere irse al sobre así sin más, aún cuando concordadamente comentaban el cansancio.

Esa vez estaban tres de los primos; el mayor, Matías, su hermano menor Israel y Sebastián.

La primera compra se redujo a un humilde six pack Escudo. La unanimidad había establecido que la cita sería su simple par de latitas de cervezas para quedar listocos para las sábanas.

La dosis fue irrisoria. Unos cuantos minutos no alcanzaron a marcar sensación de saciedad. En la teoría duplicaron la cantidad y mientras Sebastián se escurría a la cocina, los hermanos maoríes partieron camino a la caza de dos nuevos six packs, suponiendo que ya estaban hablando de porciones más adecuadas a su habitual y sediento consumo.

En una excelente presentación, una bandeja de madera tallada muestra en su interior una apetitosa maximización de recursos. Dentro contenía papas fritas, vienesas con corte horizontal, cebolla frita y dos llamativos huevos encima de lo demás. A su lado, barras de pepino le daban a la imagen un toque vegetal.

Los hermanos de tostada piel llegaron sin nada de alcoholes, pero si una sonrisa de oreja a oreja ante la seductora presentación calórica de grasas saturadas pero inmesurable sabor.

Sólo una botella de litro y medio se dejaba aprehender por las manos de Matías, sin embargo, no era el líquido que se habían propuesto obtener.

Mientras, los tres se lamentaban la ausencia de la animosa medicina, acariciándose con tierna dulzura sus respectivas panzas. En ese instante, Israel recibió un cautivador llamado de féminas en búsqueda de un poco de entretención y que mejor que tres machos alegres y desordenados para suplir la demanda.

Sin percatarse, lo que ellos acordaron se había desvirtuado a escenarios nuevos que, aún con el cansancio a cuestas, todos le auguraban un vaticinio auspicioso.

Nuevamente el par de hermanos mix racial debieron movilizarse en la búsqueda de aquellas damas en apuros que gustosas, tanto como ellos, se enfrentaban a este prodigioso, en pronósticos, escenario.

Sólo un problema no menor seguía en carpeta. Todos los locales de venta lícita de droga líquida subidora de tonos -popularmente se les llama botillerías- estaban cerradas. Las autoridad delimitaban la compra en el consumo nocturno y travieso. O sea, justamente para que tipos como estos no compren el mayor influenciador de escándalos en la historia de la humanidad.

Ante esa situación de escasez de un bien tan preciado, Sebastián tiene la ridícula idea,
 -eso piensa cuando lo comenta- de llamar a estos teléfonos mitológicos que amistosamente, pero por una cifra sideral, nos traen el tan mencionado elemento, necesario para una junta que recién daba su inicio avanzadas ya las dos de la mañana.

De sobriedad ni hablar, pero sí nadie en estado cuestionable, cuando el chascón Israel junto a su hermano detrás, cruzan el umbral del departamento con la esperada compañía.

Casi nada pasado, más que una mísera presentación que nadie recuerda, cuando segundos después tocan el citófono que, mientras Sebastián le presta oreja al aparato, el emisor anuncia la llegada del encargo.

Así, Sebastián recogió los quince mil que arbitrariamente habían juntado los primos, siempre en el supuesto de que las cuentas se arreglaban a continuación de la transacción. Aún cuando los niveles de jumera se tomaran las conciencias e incidieran en decisiones erróneas que por lo normal traen consigo algún perjudicado casual.

Al enfrentarse, dinero en mano con los transportadores de vitupelio, el trío del negocio se percata de la ausencia de sencillo y, por lo tanto, en la existencia de un problema circunstancial.

En eso aparece Emilia, patentando la alegría con su carácter sonriente y en un acto natural, Sebastián le pide que haga maromas respectivas para poder finiquitar la venta.

Ella consigue su objetivo a los pocos minutos y se presenta con el cambio en su mano derecha, la que estira hacia Sebastián en un acto transportista de papel sobrevalorado.

Ya el giro se había producido por completo. Un frustrado plan de cine era ahora un mini carrete de grandes expectativas y la noche tranquila y amena, daba paso a un franco cambio de click en dirección a una desenvuelta performance.

Y así, es imposible no pasarlo bien.

El narrador –yo, obviamente- no se acuerda de los eventos temporales que se fueron sucediendo en esa divertida noche. Lo que si, es que varios hechos dentro de ella valen un nombramiento, algunos, hasta destacado.

La voluntad de  Emilia desde el inicio fue jugar y así se hizo desde el principio, puede que como líder innata que convence con personalidad, pero para el caso puntual esa era la disposición generalizada anterior. El público motivado se dejaba seducir por el humor diferente de esta mujer que con cierta pinta pelolais, sabía a la perfección como decirte que de pertenecer a alguna clasificación social, esta debía ser intrínsicamente una categoría fuera de los márgenes tradicionales.

Cartas no hubo. El local, desprovisto del utensilio, se adjudicaba el derecho de disponibilidad de sus servicios, como le deber haber gustado decir a Sebastián de tener la ocurrencia, que valga sea dicho, para esta ocasión hacía de anfitrión.

Pero cachos había. Los seis justos para que cada uno; desde el solvente Matías hasta la relativamente callada Catalina, tuvieran en sus manos uno de aquel sexteto de vasos de cuero.

Y el juego de la vida empezó.

Como ya dije, de la temporalidad no se sabe bien.

Israel fue el que introdujo audacia al cuento y sus preguntas sexuales se repitieron y pavimentaron la temática de un humor infantil, casi pícaro, pero transparente y honesto.

Era, sin embargo, prometedor que nadie estaba en ese minuto para joteos intrascendentes o una actitud por el estilo. La línea editorial del acontecimiento estaba por completo resguardada bajo la ley de la jerga, el recreo y el sano desahogo parrandero.

Pero hubo más. Sebastián tuvo por penitencia que escribir su nombre ocupando su trasero como lápiz. También, un poema le pidieron recitar y cuadernillo en mano uno propio hubo de entonar. Israel cantó a capella, quien con su carisma se tomó la expectación de los oídos presentes y Emilia, con innato manejo escénico, actuó un personaje de una obra que antes solía representar, aún cuando advertía que aquel papel le desagradaba.

Sebastián, ipod en mano, manipulaba la música sin permisos. Su profunda afinidad con los hit’s ya antiguos hacía un eco perfecto con el gusto de los asistentes. Y para no caer en egoísmos, cada tanto preguntaba abiertamente si alguien deseaba elegir algo.

Emilia trataba, sin éxito, arrebatarle la fuente musical al anfitrión, pero no tuvo mayores logros en la materia. Además, de que el excelente abanico de elecciones persuadía de que no había para que suplantar al dj de turno, que sólo para que quede en el acta es derechamente intolerante en el tema música.

Con los ojos idos, al igual que su primo Israel por un poco de mucha cantidad de plantita verde, la memoria y las ideas no le funcionaban del todo bien.

Así, con natural torpeza, Sebastián se dejaba encantar por las similitudes y la ayuda de Emilia que, sin saberlo, conquistaba al pelado bailarín que quedó navegando en los laureles, hechizado y fascinado ante la preciosa y radiante personalidad de Emilia.

Y se pasaron hasta las seis de la mañana. Con luz diurna y caras agotadas daban fin a una espléndida sesión, de esas que uno queda comentando días después y siempre tiene expectativas de que se vuelvan a repetir. Es lógico, en la Ley de Murphy, que la reproducción nunca sucede, aunque el conocimiento de los seres queda en el registro individualizado de los protagonistas.

10/06/2008

Raíces genéticas comunes

La ciencia busca desde siempre la explicación al génesis de la especie humana y como
ésta se desarrolló, masificó y distribuyó para poblar el Planeta Tierra.

Esto deja en una ambigua tela de juicio un fenómeno tremendamente común en el mundo de hoy, pero que sin embargo nadie se cuestiona.

Se han fijado la similitud corporal de algunos rostros, muchas veces acompañados de comportamiento parecido o tonos o posturas, incluso hasta tics o manías.

Personas que no tienen nada que ver entre ellas, que viven en lugares opuestos del globo o pueden pertenecer en casos extremos hasta a etnias distintas.

Esto tiene un poco, aunque creo que sólo un poco, que ver con la teoría de que no hay más de seis personas entre medio en la cadena del conocimiento y contacto.

Así, yo mismo y como no es nada extraño en mi, he ido elaborando, sorprendido por semejanzas específicas, y por otro, aún más sorprendido, por el hecho que he observado que todos los rostros tienen directrices en sus formas, como si vinieran de un camino común. Lo que me lleva a suponer, en la por ahora y sencilla teoría sin valor académico, de que todos los seres humanos venimos de una raíces genéticas comunes.

Al releer esto me sentí un poco tonto, primitivo, como si mi descubrimiento fuera la piedra; ridículo.

 Y lo es de cierta forma, pero así como en preguntar, en pensar no hay engaño. Así, que más da, mejor pensar tonteras que no pensar.

O sea, continúo, el camino a la conclusión final es que de unos pocos pelagatos realmente distintos, cuasi monos que hubo en un comienzo, desde el minuto uno, las mezclas fueran ampliando la malla genética en que se desarrollaron, evolucionaron o cambiaron la cadena del ADN, pero que mantienen intocable el gen original y gestor de sus características. Producto: personas idénticas sin aparente explicación alguna.

La negra autista

Ella leía. Reclinada en su sitial como si cada palabra que hubo adquirido del papel fuera un paso más, el siguiente, lo que faltaba hacia el sueño deseado y que por esos segundos, buscaba con pasividad.

A momentos irregulares, sus ojos grises se inclinaban hacia lo alto, con la ceja derecha reverenciada hacia arriba en un gesto típico de ella que sólo al fijarse notoriamente la representaba.

Permanecía esperando en su inconsciencia un fenómeno que distrajera su rutina calurosa.

Su sobrino, es un pequeño aviso andante de que la armonía siempre peligra. Por sorpresa aparecía, reía y sonreía hasta que su figura se esfumaba entre añejos muebles sonoros, cubiertos de veteranas telas opacas víctimas de sofocantes veranos pasados.

El enano escurridizo molestaba con una varilla larga y delgada a su tía, molestando, probablemente sin saberlo, su tranquilo reposo.

Ella yacía sumida en la lectura, encaminada en un pasaje hacia la satisfacción.

La escena era familiar, con insinuaciones gráficas de cariño, genuina ternura. Bonita, si uno se deja seducir por la emotividad.

Eso funcionaba hasta que la paciencia de ella hacía reaccionar su cuerpo de noveles 22 años, oscuro por el constante brillo solar que debieron soportar sus antepasados étnicos.

El niño, después de ver quebrada su rama, se puso a llorar despavorido, mientras apretaba sus manos entre si con nerviosa rapidez y presión. Un acto de sobreactuada y escandalosa impotencia, con insufribles ruidos incluidos y ademanes infantiles varios.

Gritó, pataleó. Miraba a su alrededor a la espera de un salvamento maternal ante la agotadora situación, pero sus intentos infructuosos no ayudaron mucho a sus intenciones y terminó derrotado, cambiando el canal de su talante y por escabullirse en las paredes gastadas, con partes inconclusas que permitían ver los ladrillos apilados y telarañas aisladas en busca de compañía.

Ella sopló aliviada y agradeció como si mantuviera una conversación con el protagonista de su novela, comentando con las hojas empastadas la situación molesta recién vivida. Así disfrutaba el intervalo de su distracción involuntaria.

Retomó párrafos leídos en vano durante el ajetreo y de pronto vio, naciendo por detrás de los traseros de los autos aparcados, un grupo de rostros distintos que posaban con declarada admiración su vista en los ojos de ella, blancos, relucientes como el azúcar, sobresalientes por el contraste.

Estaba acostada en la hamaca, con una pierna recogida sobre si misma y la otra estirada amenazante con caer. Su extensión era enorme, tanta que la imagen parecía como si detrás de ella se encontrara otra negra de doble tamaño colocando su pierna como una simulada continuación con el motivo de engañar la percepción de quienes la vieran al arrastrar sus pasos por aquella calle de polvo seco y flores coloridas.

El tejido del vestido se unía ahí en más y sólo dejaba ver su cuello largo, perfectamente cilíndrico, su boca gruesa y rellena que ahora dejaba que se posara por sobre ella una sonrisa que marcaba un nuevo contraste entre el blanco liso de una buena dentadura y labios rojos densos como una cereza madura.

Su nariz era ancha, con una punta definida y precisa, ni muy grande, ni muy chica, de proporciones que bien podrían ser calculadas y pedidas por una paciente en proyección de una cirugía.

De los ojos que pasaron a su lado uno se grabó en su mente en una imagen que de ilusión se convirtió en una realidad, pero que se le escapaba en su no existir, de modo que sólo quedaban, para los otros ojos, el dibujo de su figura y las ansias de verla otra vez.

9/10/2008

Si no, no lo hagas

Hace un tiempo y en este mismo blog escribí una conclusión que siempre, desde púberes primeros años hasta la actualidad,  he tenido presente y latente en mi mensaje.

Sucede que con el fenómeno de la mensajería instantánea se hizo muy común y en definitiva superficial el preguntar: “¿Cómo estay?, sólo como una costumbre que más me parece tontera trivial que natural adaptación a la tecnología.

Ahora, con los años y la mencionada adaptación en otra etapa de desarrollo el comportamiento cibernauta ha dejado esa pregunta famosa, pero lo sorprendente es que sólo ha sido reemplaza por otras frases similares que de tonta manera la gente cree necesitar para comenzar a entablar una conversación.

Impresionante, antes criticaba con vehemencia la pregunta y la sociedad de alguna forma me dio la razón y dejó de utilizarla en cierto grado, aunque sólo literalmente, porque como dije antes, sólo la han reemplazado por otras.

El fenómeno me sigue llamando la atención porque demuestra un desinterés en el otro de proporciones incalculables. Una actitud que conlleva a un individualismo y excluye así en su escenario la solidaridad bien entendida.

Para iniciar un diálogo basta con saludar, un hola ya crea el nexo. Lo otro debe ser utilizado sólo y exclusivamente si realmente te interesa la respuesta.

Si no, no lo hagas.

Alimento no educado

La educación tradicional de occidente es, a mi parecer, un sistema de reglas que muchas veces no tienen ninguna razón de ser y que, al final, son más comportamientos que quedaron establecidos socialmente y arraigados en la población con el correr de los años, aunque esta característica nunca ha estado extinta de imposiciones autoritarias desde los que muchas veces ostentan el poder. No es necesario en ese poder el llamado “político”, sino más bien son poderes culturales y por lo general familiares; la madre, la abuela y la tía tipo son, por lo común, las encargadas de perpetuar este sistema.

Al parecer, nadie o, mejor dicho, sólo una silenciosa multitud se ha rebelado ante estos obligados estándares que en verdad mucho tienen de higiene y hasta lógica.

Por ejemplo, nadie puede discutir lo justificable y mal mirado que es el tirarse una portentosa flatulencia en plena comida en un restaurante. Eso es asqueroso, para todos. 

Por tanto, la regla educacional imperante en el caso es absolutamente correspondiente.

Pero a pesar de eso, hay una costumbre que a muchos la contemplan como igual de intolerable, pero que a mí en lo personal me parece una cuasi necesidad.

Con esto me refiero a un tema dentro de la alimentación; el comer con las manos.

Yo estando solo como lo más posible con las manos y con sinceridad reconozco que mis dedos tocan en la casi totalidad de las veces el comestible que luego entrará en mi boca.

Creo imprescindible el tener una relación con la comida. Hay ocasiones en que prácticamente le hablo, por lo que siempre he tenido la sensación de que se desarrolla o, que hay que desarrollar una cierta relación con los alimentos.

Esto tiene un enorme e interesantísimo trasfondo en distintas temáticas; como la energía.

Hay un experimento de un japones que con un microscopio observó el estado del agua ante distintas situaciones. Su reacción ante las opuestas vibraciones. Si mal no recuerdo el experimento incluía una sinfonía de Mozart o Beethoven, sonidos de la naturaleza y un metal de lo más potente estaban, entre otros, en los modelos a estudiar. El resultado fue que con la melodía clásica el agua adquiría una hermosa forma, fácil confundirla con un diseño de tonos cristal y perfecta armonía. Similar fue el resultado con los sonidos de la naturaleza, aunque aquí el agua se comportó con más soltura y, valga la redundancia, mayor naturalidad. Pero en el metal el agua se ve desordenada, en una cierta anarquía y sin cuestionamientos una impactante presentación.

Bueno, eso da para muy largo y hay autores maestros que explican todo eso y complementan el análisis.

Ahora, el tema aquí sigue siendo la alimentación y el comer con las manos. Lo que nosotros ingerimos, la gran mayoría tiene porcentajes de agua, excepto lo cien por ciento artificial, mientras que las verduras y frutas poseen desde un setenta hasta un noventa por ciento de agua en su composición.

Así, resulta vital el tener la mencionada relación con la comida por cuanto hay que instruirla en lo que le vendrá. El tocarla, sentirla, es una bienvenida a nuestro organismo que espera ansioso el bocado.

Cabe sólo nombrar que con esto me acuerdo del viejo brutal asesino de Hostel. Quien ha visto la película entenderá lo que digo, aunque mi opinión es que el comer con los dedos como prolifera el personaje y ser un asesino por hobbie no tienen relación una cosa con la otra, por el contrario, me parece que en el filme este delicioso comportamiento queda con una imagen totalmente contaminada e inadecuada.

Además es placentero, uno hasta le agarra cariño a la lechuga. Es vivir conectado.

7/24/2008

Descubrir y soñar

Haciendo travesuras descubrí por casualidad de la vida una luz en mi pieza.

Un foco que siempre estuvo ahí. Tuve la permanente noción de que aquel haz nunca prendería. No sé porqué. No recuerdo si alguna vez intenté prenderla y si hubo una prueba tampoco me acuerdo si funcionó o no.

Pero bueno, el tema no es ese. El tema es que sin querer queriendo descubrí algo en mi habitación.

¿Qué tan significativo puede ser eso? Pues simple, si en mi pieza soy capaz de encontrar detalles desconocidos, quizás que se pueda encontar en el mundo, o no siendo tan expansivo, que habrá más allá de las paredes que me encierran.

Porque si en mi pieza encuentro algo, que me esperará más allá y sólo nace una intensa picazón en el núcleo de la curiosidad, una sensación que sólo llama a buscar y probar, tantear y probablemente encontrar.

Así, es posible que mañana levante una piedra en la calle y me tropiece con un flamante elemento especial.

Paradoja; entre descubrir y soñar -como en preguntar- no hay engaño.

Soledad

La soledad, la misma que tanto busqué y que durante años me parecía una excelente y fiel compañera.

Esa que aparece sonriente cuando uno la llama, pero su expresión cambia cuando su presencia es involuntaria.

Sentirse solo, un tema. Querer hablar y no tener con quien. Querer abrazar y no tener a quien. Incluso querer ayudar o participar.

Los lazos. Añoranza de lazos inexistentes, dan la sensación de que al fin y al cabo todo es un montaje. Un escenario con escenografía predispuesta donde todos somos simples actores con un guión a desarrollar.

La soledad es acogedora y atractiva cuando se quiere, pero tremendamente hostil si inunda nuestro espacio sin permiso.

Hay quienes que aunque estén rodeados de gente se sienten solos, otros que aún en el aislamiento máximo se sienten acogidos.

¿Porqué desarrollé tan en profundidad una característica que quizá no me corresponde?

Ahora más que nunca quisiera honesta ternura. Ahora más que nunca dudo de mi discurso.

5/17/2008

Rarezas comunes

Día especial. Noche mágica con continuación del día siguiente extrañamente espectacular.

Primero, veo en las calles del barrio a una que conocí cuando era un quinceañero tipo y ocupaba frenillos. Muchos años, pero la imagen la vi con nitidez deslumbrante.

En el metro, a un grandulón de dos metros por dos metros se le calló, a vista y paciencia de todos los presentes, una mariposa de metal de unos diez centímetros, ilegal. El golpe resonó y las reacciones fueron variadas. El dueño no se dio cuenta hasta después de cruzar el validador. Se devolvió y la recogió, escondiéndola, mientras la gente observaba la escena con asombro.

A otra hora, una pareja dispareja ocasiona al instante suspicacias por sus diferencias y la imaginación los coloca como personajes en una historia morbosa de las que le gusta escuchar al Rumpy.

También en el tren subterráneo, un hombre con el rostro vívido de batallas mostraba sin vergüenza su ojo izquierdo falso de un color calipso, llamativo, sorprendente. En la noche, susto asegurado. En el día, impacto visual.

En alguna estación del metro un joven con chalas de las brasileras, un traje de baño tropical verde y una guayabera estaba tranquilo en la cola para recargar la tarjeta vip. Lo singular era que comparativamente yo estaba con una polera y una chaqueta de cotelé con chiporro abrigada de invierno.

En la micro, un rockanrolero minusválido sin una mano y la otra deforme pide limosna, chaqueta de cuero, cadenas colgantes y pelo largo limpio, incluso dientes blancos. 

Cualquiera prejuiciaría que esas monedas son para un whisky. Me gustaría entrevistarlo.

Y en la misma micro, ya llegando, otro tropical, pero de otro lado de el continente. Un moreno rapado de vestimenta humilde, pero veraniega, se sube con un cajón peruano y ofrece una respetable batucada a lo más Buena Vista Social Club.

Quien sabe, quizás todos los días pueden ser así, el problema es que se requiere la noche maravillosa anterior para tener la capacidad de ver lo que en la rutina, al parecer, desaparece.

5/04/2008

Ellas; tipo están

Era un analgrama. Así describía el protagonista la situación de un personaje de su novela. 

Una mujer que desea hacerla simple; el tipo dueño del barco o el del avión. Bien gráfico es el protagonista en la película. En la sencilla realidad ese estereotipo no es tan extremo.

En la actualidad esas mujeres pasan casi camufladas y se van manifestando según cuanta contaminación dejamos que penetre en nuestras vidas.

Son aquellas que al fijar uno la mirada en sus ojos siempre bonitos sale la voz social del resignado que comenta, a veces al aire, lo inalcanzable de ella.

Son las que están con el éxito, ese su acompañante y lo personifican.

Con el diez del equipo esforzado, pero campeón o el guitarrista de una banda bien encaminada en los caminos alternativos y el mejor alumno de excelencia o el deportista aplicado en los tradicionales.

Son las que pueden recibir el beso más intenso de sus vidas y dejar de hablarle a quien se lo dio, porque desconfían del placer que sienten al recibirlo. No saben que buscan hasta que lo encuentran, no obstante es imposible percatarse que en búsqueda están. No se dan ni cuenta. Es un instinto que las guía, que decide por ellas.

Son por lo común superficiales y con interés vago por lo que sea. Piensan, pero con maestría logran que nadie deduzca eso. Son audaces, de esas que llaman la atención de los presentes al cruzar la puerta. Son cenicientas, D
isney sólo nos dio ejemplos del perfil. Por mientras ellas se criaron pensando que eso estaba bien.

Innovan, sobre todo en ropas y formas de expresión, pero nunca demasiado como para salirse del margen. Son una especie de conductismo puro. Atraen, como un imán potente que domina tu propio autocontrol y lo peor es que lo tienen claro.

Son inteligentes en lo académico o laboral, esquivas a las insinuaciones y ambiguas en sus respuestas finales. De comportamiento espontáneo y natural. Confían en su sonrisa y candidez.

Ellas están, rodeándonos. Las he conocido por ahí. Más de una vez antes y nunca habrá una última.